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Teología de los Santos de los Últimos Días sobre el sufrimiento

Una grabación original de este discurso está disponible en churchhistorianspress.org (grabación por cortesía de la Conferencia de la Mujer de BYU).

Conferencia de la Universidad Brigham Young para Mujeres

Harris Fine Arts Center, Universidad Brigham Young, Provo, Utah

28 de marzo de 1986


Francine R. Bennion

Francine R. Bennion. 1995. La hermana Bennion prestó servicio en la Mesa Directiva General de las Mujeres Jóvenes y de la Sociedad de Socorro en las décadas de 1970 y 1980. Fotografía por Busath Photography. (Por cortesía de Francine Bennion).

“Lo que me apasiona”, dijo Francine Russell Bennion (n. 1935), “es la existencia del ser humano, la relación entre las personas y Dios, y aquello que funciona y lo que no”1. En una entrevista, la hermana Bennion explicó que, cuando enseñaba en la Sociedad de Socorro una lección de doctrina del Evangelio, nunca quería restar importancia a la realidad hablando tan solo de ideales. En lugar de eso, ella trataba de ofrecer una perspectiva nueva, útil y realista que elevara y mejorara las relaciones humanas2.

Nacida en una familia de Santos de los Últimos Días en Lethbridge, Alberta, Canadá, la hermana Bennion es una pianista de formación clásica que estudió en la Escuela Banff de Bellas Artes y tiene títulos del Real Conservatorio de Música de Londres, Inglaterra, y del Western Board of Music. Obtuvo una licenciatura en Francés por la Universidad Brigham Young (BYU) y una maestría en Inglés por la Universidad Ohio State donde su esposo, Robert C. Bennion, obtuvo al mismo tiempo un doctorado en Psicología clínica3. Juntos criaron a tres hijos. Entre 1957 y 1961, la hermana Bennion enseñó lectura, escritura y cursos de lógica a tiempo parcial en la Universidad Ohio State. Entre 1961 y 1997 impartió cursos de inglés, piano, Libro de Mormón e historia de la civilización en BYU4. A lo largo de su carrera y de su servicio en la Iglesia, ella expresó su devoción a la lógica, las palabras y las ideas.

Durante la década de 1970, la hermana Bennion sirvió en comisiones ad hoc, tanto a nivel general de la Iglesia como en BYU. Una de esas comisiones fue fundamental para la organización del Instituto de Investigación de la Mujer en BYU5. La hermana Bennion trabajó también en el comité de desarrollo pedagógico de la Iglesia, diseñando los cursos de estudio de los programas de la Sociedad de Socorro y de las Mujeres Jóvenes6. Prestó servicio en la Mesa Directiva Genera de las Mujeres Jóvenes entre 1976 y 1978, bajo el liderazgo de la presidenta Ruth Hardy Funk7. Cuando Barbara B. Smith era Presidenta General de la Sociedad de Socorro, se le pidió a la hermana Bennion y a Aileen H. Clyde que elaboraran un seminario sobre la depresión, dado que muchos miembros de la Iglesia acudían a sus obispos para reportar problemas de depresión. De 1980 a 1982, las hermanas Bennion y Clyde probaron y dirigieron el seminario en diversos ámbitos, incluso en un curso de Escuela Dominical de doce semanas de duración en dos barrios, en grupos seleccionados de la Sociedad de Socorro y en algunas reuniones que duraban todo un día sábado8. En 1983, la hermana Smith le pidió a la hermana Bennion que se uniese a la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro, donde prestó servicio hasta el relevo de la hermana Smith, en 19849.

La hermana Bennion había pensado mucho en los supuestos sobre los que se basan las opiniones y las conductas del ser humano. “La experiencia humana es un revelador constante de supuestos subyacentes… Ser real significa tratar de entender lo que verdaderamente es bueno y real, y lo que está en consonancia con un Dios que es amor y gozo”, expresó10. En respuesta a una solicitud del comité de la Conferencia de BYU para la Mujer de centrarse en el tema del sufrimiento, la hermana Bennion pronunció el siguiente discurso concebido para tratar “asuntos vitales en la vida de todos los Santos de los Últimos Días reflexivos”11.

No es mi intención dar aquí una definición precisa del término sufrimiento, ni distinguir entre diversos tipos de sufrimiento. Para los fines de este análisis, sufrimiento es todo aquello que nos hiere grandemente en cualquier modo.

Tampoco es mi intención responder a todas las preguntas sobre el sufrimiento, ni aun sugerir que todos tengamos las mismas preguntas. Tenemos nuestras propias preguntas, y nuestra ha de ser la búsqueda de la paz. Mi intención es hablar de la reserva a la que muchas de nosotras acudimos para recibir comprensión y consuelo en momentos de angustia.

Mi amiga Sheila Brown salió de una cirugía cerebral con un lado de su cuerpo paralizado y con el habla y la vista gravemente dañadas. Un día, mientras trabajábamos tensando y relajando sus músculos, Sheila me preguntó de qué iba a hablar en la Conferencia de la Mujer de BYU.

“La teología de los Santos de los Últimos Días sobre el sufrimiento”.

“Oh”, dijo ella buscando las palabras y tratando de articularlas, “creo que deberías hablar de la teología del coraje y de la esperanza como mirando por una ventana”.

“Pienso que es lo mismo”, respondí.

Tenemos la costumbre de hablar de fragmentos de teología: un tema por aquí, una suposición o una tradición por allá, a menudo fuera del contexto del conjunto. Somos un pueblo acostumbrado también a los fragmentos de Escrituras fuera de contexto: una frase aquí, un versículo allá, palabras que dicen algo que se ajusta al tema que tratamos y repican con claridad y convicción. Tenemos que hacerlo; no tenemos tiempo ni capacidad para decir todo de una sola vez. No obstante, en ocasiones la claridad se distorsiona y la convicción deja paso a la duda cuando la persona mezcla unos fragmentos con otros. Por ejemplo, ¿qué piensan de lo siguiente?

2 Nefi 2:25

“… existen los hombres para que tengan gozo”.

Job 5:7

“Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción”.

Deuteronomio 4:29–31

“Mas si desde allí buscas a Jehová tu Dios, lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. Cuando estés en angustia y te alcancen todas estas cosas, si en los postreros días te vuelves a Jehová tu Dios y escuchas su voz… [Él] no te dejará”.

Salmos 22:1–2

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche no me quedo en silencio”.

Mateo 27:46

“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”.

Abraham 3:18

“[Los] espíritus… no tienen principio; existieron antes, no tendrán fin, existirán después, porque son gnolaum o eternos”.

2 Nefi 2:14

“… Dios… ha creado todas las cosas, tanto los cielos como la tierra y todo cuanto en ellos hay; tanto las cosas que actúan como aquellas sobre las cuales se actúa”.

Proverbios 3:13

“Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría y que adquiere entendimiento”.

Eclesiastés 1:18

“Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia; y quien añade conocimiento, añade dolor”.

Una función de la teología es proporcionar un marco global que dé sentido a los fragmentos y a las aparentes contradicciones o paradojas que estos sugieren. La teología ofrece un marco que ciñe la diversidad y la complejidad a una red más sencilla con la que podemos dar cierto sentido aun a las cosas que no comprendemos del todo.

Si vivimos el tiempo suficiente, encontramos opiniones diversas y fragmentos que contrastan, no solo en las Escrituras, sino también en la vida. Por ejemplo, Dorothy Bramhall fue a Hawái en febrero por el nacimiento de un nieto12. También fue a visitar a una vieja amiga que no era miembro de la Iglesia y había perdido a dos hijos en un accidente de tráfico y luego luchó contra su propio cáncer y amputaciones por muchos años. Dorothy escribió:

Ha sido una semana de emociones variadas. Mi amiga, Jean Kerr, murió la mañana siguiente a mi llegada13. Parece que estoy destinada a pasar parte de mis días de playa en Hawái contemplando la muerte de una buena amiga. La playa, así como las montañas, es un buen lugar para una contemplación así, al menos para mí. Una vez más, mis pensamientos se han tornado al “porqué” de todo. Para nosotras, que somos miembros de la Iglesia, hay por lo menos cinco respuestas a esta pregunta. Pero al ver a mi amiga y preguntarme cuál fue el propósito de su vida, parece que el único propósito ha sido el sufrimiento… El sufrimiento sin un sentido de propósito resulta ciertamente amargo. Su madre dijo que el esposo de su hija oró toda la noche para que mi amiga muriera y diera fin a su sufrimiento. ¿Ora a cualquier persona o cosa alguien que no cree? ¿O simplemente es otra forma de decir que ansiaba o tenía la esperanza de que muriera? ¿Creen que una oración así será oída cuando todas las que se hicieron por su sanación no lo han sido?

¡Suficiente! Mi nieto nació a las cinco de la mañana. Sábado, ¡8 libras y 8 onzas (3,8 kilos)! No sé dónde lo puso (por detrás no se notaba que estaba embarazada). Tiene un abundante pelo negro, y espero que tal vez este tenga los ojos castaños. Este bebé es un milagro. Cuando nació, el médico les mostró que el cordón tenía un nudo. La razón por la que el bebé había sobrevivido era que el cordón era atípicamente largo, y el nudo nunca llegó a apretarse. Se sienten muy bendecidos. Mirar a un recién nacido produce siempre un sentimiento de humildad, ¡una perfección tan absoluta! Apenas puedo esperar a sostenerlo14.

La misma semana, la hija de otra amiga mía dio a luz a un niño prematuro con síndrome de Down que ya ha sido sometido a dos de las seis operaciones que necesita para sobrevivir. El 2 de marzo, un informe emitido por el Banco Mundial estimaba que setecientos treinta millones de personas en países pobres, sin incluir China, carecían en 1980 de los ingresos para comprar la comida necesaria con la que proporcionar la energía que requiere una vida laboral activa15.

Una función que cumple cualquier religión es dar explicación a un mundo como este, ofrecer una teología que dé sentido al amor, al gozo y a los milagros, pero también al sufrimiento, a la lucha y a la ausencia de milagros. Una buena teología da sentido a lo que es posible, pero también a lo que actualmente es real y probable. En este siglo veinte no es suficiente que una teología del sufrimiento explique mi experiencia; debe explicar también al niño tendido en un arroyo de la India, a la mujer que se arrastra por el desierto de Etiopía en busca de malezas para comer, y el sufrimiento y la miseria de muchos seres humanos por causa del orgullo, la codicia o el temor a unos pocos poderosos16. Una teología satisfactoria debe explicar al niño abusado sexualmente o con cicatrices de por vida, o al astronauta que vuela por los aires y deja huérfana a su familia17. Una buena teología del sufrimiento explica todo el sufrimiento de la humanidad, no solo el de quienes sienten que conocen la palabra de Dios y que son Su pueblo escogido.

No es suficiente que la teología sea racional o promueva la fe. Debe tener ambas cosas. No es suficiente que una teología satisfactoria sea dominada por un puñado de expertos eruditos, maestros y líderes. Debe ser llevada con comodidad por personas corrientes. No es suficiente que la teología me ayude a entender a Dios. También debe ayudarme a entenderme a mí misma y a entender el mundo.

La teología no evita todo el dolor y la angustia. No hay conocimiento de teología que pueda eliminar el dolor, la debilidad o la náusea de un cáncer terminal, ni tampoco que pueda llenar un estómago vacío. Lo que una buena teología puede hacer es ayudar a quienes creen en ella a darle un sentido al sufrimiento, a sí mismos y a Dios, un sentido para que puedan seguir adelante con una porción de esperanza, de valor, de compasión y de entendimiento de sí mismos aun en angustia.

En nuestra Iglesia no hay una sola teología del sufrimiento, un marco uniforme en todos los aspectos en la mente de todos los líderes y de todos los miembros. Aun compartiendo las mismas Escrituras, la misma revelación, los profetas y la creencia de que Dios y Cristo son reales, tenemos varios marcos para encajar y entender el sufrimiento, ya sea el nuestro o el de otras personas. Una persona cree que Dios envía el sufrimiento para enseñarnos o para probarnos. Otra piensa que Dios o Satanás solamente pueden influir en nuestra reacción ante el sufrimiento, y otros creen que es Satanás el que causa el sufrimiento. Otras personas piensan que, si somos rectos, no debería haber sufrimiento alguno, y ciertamente ninguna confusión en cuanto a por qué sucede. Estas son solo algunas de las diversas creencias de los Santos de los Últimos Días sobre los orígenes del sufrimiento, e independientemente de lo contradictorias que sean, cada una de ellas se puede apoyar en fragmentos de las Escrituras18.

No utilizamos principios o patrones idénticos para unir los fragmentos de las Escrituras y la vida. En este siglo veinte, con la historia del mundo ante nosotras, cada una ha tomado ideas y adoptado patrones de diversas fuentes para formar su teología personal del sufrimiento. La complejidad y el poder de esas fuentes son evidentes en la historia de Jefté.

De acuerdo con el libro de Jueces, capítulo 11, a Jefté se le pidió que guiara a Israel contra los amonitas invasores.

Y Jefté dijo a los ancianos de Galaad: Si… Jehová los entrega delante de mí, ¿seré yo vuestro caudillo?

Y los ancianos de Galaad respondieron a Jefté: Jehová sea testigo entre nosotros si no hacemos como tú dices.

Luego Jefté fue con los ancianos de Galaad, y el pueblo le hizo caudillo y capitán sobre ellos…

Entonces el Espíritu del Señor vino sobre Jefté…

Y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: Si entregas a los amonitas en mis manos,

entonces sucederá que cualquiera que salga de las puertas de mi casa a recibirme cuando vuelva en paz de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto.

Pasó, pues, Jefté a donde estaban los hijos de Amón para pelear contra ellos, y Jehová los entregó en sus manos.

Y los derrotó con gran estrago. Y así fueron sometidos los amonitas delante de los hijos de Israel.

Y volvió Jefté a Mizpa, a su casa, y he aquí que su hija salió a recibirle con panderetas y danzas; y ella era sola, su única hija; fuera de ella no tenía hijo ni hija.

Y aconteció que cuando él la vio, rasgó sus vestidos, diciendo: ¡Ay, hija mía!, en verdad me has abatido y tú misma eres mi aflicción, porque yo he abierto mi boca ante Jehová y no podré retractarme.

Ella entonces le respondió: Padre mío, puesto que has abierto tu boca ante Jehová, haz de mí tal como salió de tu boca, ya que Jehová ha hecho venganza en tus enemigos, los hijos de Amón.

Y ella dijo a su padre: Hágase esto por mí: Déjame por dos meses que vaya y descienda por los montes y llore mi virginidad, yo y mis compañeras.

Y él le dijo: Ve. Y la dejó por dos meses. Y ella fue con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes.

Pasados los dos meses, volvió a su padre, y él hizo con ella conforme a su voto que había hecho19.

Tal como cuenta la historia, Jefté realiza el sacrificio porque cree que es lo correcto. En el centro de su teología y de la teología de su hija se encuentran estos principios: Dios controla los sucesos humanos y determina la victoria o la derrota en la batalla. Dios puede ser objeto de negociación. Dios da la victoria a Israel gracias al voto incondicional que hace Jefté, a su voluntad de entregar a Dios todo lo que tiene. La ley de Dios requiere que el voto se cumpla. Según el registro en el libro de Números, “[cuando] algún hombre haga un voto a Jehová o haga un juramento, ligando su alma con obligación, no violará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca”20.

La función del ser humano es obedecer la ley. Si Dios hubiese querido salvar a la obediente hija, Él podría haber evitado que saliera bailando en un momento tan inoportuno.

No todos interpretamos lo mismo del relato de Jefté y del sacrificio21. Aun en un relato tan breve, el contexto del sufrimiento es complejo y actualmente genera preguntas como estas: ¿Quién es el verdadero responsable del sufrimiento en esta historia? ¿Jefté? ¿Dios? ¿Los líderes religiosos que enseñaban la teología que contribuyó a concertar y a guardar el voto? ¿Las personas que desarrollaron un sistema social en el que la hija es propiedad de su padre? ¿Y qué pasa con la esposa de Jefté, a quien ni siquiera se menciona? ¿Qué hay del padre y de la madre ramera de Jefté, y de sus medio hermanos que en el pasado lo echaron de la casa y tal vez contribuyeron a su gran deseo de poder que aquella batalla le proporcionaría?22. ¿Qué sucede con Jacob, que sentó precedentes al negociar con Dios?23. ¿O Moisés, quien independientemente de las circunstancias enseñaba que guardar un voto era más importante que la compasión “egoísta”?

Por supuesto que esta lista no agota las preguntas, que van más allá de las razones del voto que hizo Jefté; por ejemplo, ¿es la obediencia siempre una virtud? ¿Es acaso la principal diferencia entre Dios y Satanás solo cuestión de quién está al mando, requiriendo obediencia?

La tradición puede hacer que todo el asunto del voto de Jefté parezca sencillo, y nos suele agradar la sencillez y la claridad, aunque ello signifique ignorar algunas cosas. Hay poder en la sencillez. Más de mil años después de la época de los jueces, el apóstol Pablo elogió a Jefté por su fe, sin censurar su ambición y su impetuosidad24.

No obstante, hoy en día, muchas personas que creen que Jefté fue impulsivo “simplemente” han creado su propia versión de Dios: un Dios que controla todos los sucesos de la humanidad; un Dios con el que se puede y se debe negociar; un Dios que considera que la obediencia incondicional es el bien supremo —no solo el medio hacia la bondad, sino la bondad en sí; un Dios que inflige sufrimiento al inocente y además aprueba la teología que lo ampara. Muchos de los que creen en un Dios así ignoran o están confundidos por la incoherencia con otros pasajes de las Escrituras que parecen hablar de un Dios que valora el albedrío por encima de la obediencia25, el amor por encima de la tradición26, y el corazón humano por encima del sacrificio ritual27.

¿Qué creen ustedes de Jefté, de su voto y de su Dios? Su respuesta dependerá en parte de su propia versión de la teología.

¿Realmente importa lo que creamos? ¿No podemos simplemente ser amables y pacientes, sin preocuparnos por los diversos aspectos de la teología?

Sí importa. En primer lugar, lo que creemos influye en cuán amables y pacientes podemos llegar a ser. Lo que Jefté creía fue esencial para lo que hizo en cuanto al sufrimiento, y lo que nosotras creemos es esencial para lo que hacemos al respecto. Por ejemplo, si creemos que infligir sufrimiento hará que la obra de Dios avance y aumentará Su gloria, puede que lo inflijamos, tal como están haciendo actualmente irlandeses, libaneses e iraníes, o como hizo el padre que castigó a su hijito poniéndole las manos bajo agua ardiendo, lo cual casi las destroza, o como hace el esposo que le dice a su esposa que no puede hacer nada a menos que él le diga que puede hacerlo28.

Si creemos que Dios desea que haya sufrimiento, podríamos eludir nuestra responsabilidad de aliviarlo o evitarlo. Hace treinta y cinco años, una de mis maestras no recurrió a la ayuda médica para tratar un bulto en el muslo porque “Dios se lo había dado”. Un domingo del pasado año, en la Sociedad de Socorro, una hermana dijo que no debíamos preocuparnos por los acontecimientos que salían en los diarios porque, de todos modos, Dios planea la destrucción antes del Milenio, y que todo aquello de lo que debíamos preocuparnos era nuestra propia rectitud y la de nuestros hijos, y que de ese modo estaríamos bien. Hace algunos años, la confusión de una joven en cuanto a Dios y al sufrimiento jugó un papel fundamental en su angustia y su parálisis por causa de la violencia continuada: “No sé lo que Dios está tratando de enseñarme con el mal genio de mi esposo”.

Muchos de los que creen que Dios ocasiona el sufrimiento no pedirán ayuda ni consuelo en el preciso momento en que más lo necesiten, o sentirán que no pueden hacerlo.

Otra de las razones de nuestra teología en cuestiones de sufrimiento es que podemos vivir cómodamente en un marco de inconsistencias y contradicciones inherentes, siempre y cuando la persona que sufre sea otra, o que nuestro propio sufrimiento no sea muy grande. Pero las inconsistencias y contradicciones saben cómo llegar a ser muy importantes cuando la angustia es nuestra, o cuando sentimos el dolor de las personas que nos importan. Los amigos de Job le dijeron:

He aquí, tú enseñabas a muchos y las manos débiles fortalecías.

Al que tropezaba, tus palabras sostenían; y fortalecías las rodillas débiles.

Mas ahora que el mal ha venido sobre ti, te desalientas; y ahora que ha llegado a ti, te turbas29.

Si, como Job, descubrimos que el consuelo que hemos ofrecido a otras personas no es suficiente para nuestra propia experiencia, entonces el sufrimiento en sí, independientemente de lo profundo que sea, no es el único problema. El problema es también que el universo y nuestra capacidad para darle sentido se han derrumbado, y no tenemos esperanza ni confianza en nosotras mismas ni en Dios.

La teología puede convertirse en un problema más pesado todavía que la propia angustia del sufrimiento. Si creemos que el sufrimiento no debería existir, pero existe; o que el sufrimiento es la manera que tiene Dios de probarnos y enseñarnos, pero qué puede probar o aprender una criatura que llora; o que la oración tendría que solucionar el problema, pero no lo ha hecho… entonces no es solamente el sufrimiento lo que nos preocupa, sino también las grandes grietas de un universo que debería tener sentido, pero no lo tiene. He visto el dolor de las personas en este lugar, el dolor de quienes andan a tientas con supuestos sustentos por mucho tiempo cuando las viejas preguntas surgen de nuevo, aunque creían que ya habían recibido respuesta: ¿Por qué sucede esto? ¿Puedo soportarlo? ¿Qué puedo hacer? ¿Quién soy yo? ¿Es Dios real, o poderoso, o bueno? ¿Para qué sirve la vida? ¿Qué desea Él que hagamos con ella?

Para quien se debate entre tales preguntas son importantes las implicaciones de los aspectos que se encuentran en el centro de su teología; por ejemplo, la creencia de los Santos de los Últimos Días de que podemos llegar a ser más como Dios, nuestro Padre Eterno, no solo obedecerlo, imitarlo y seguir a Su Hijo, aunque estas cosas son parte del proceso, sino llegar a ser dioses nosotros mismos con Su ayuda.

Para muchos cristianos, esta doctrina es escandalosa, radical y herética. El 17 de febrero de 1600, el sacerdote dominico Bruno de Nola fue quemado en la hoguera acusado de herejía. Entre otras cosas, él había enseñado que hay infinidad de mundos, que el universo es eterno y que “de una vil criatura llego a ser un dios”30. Hoy en día existe un amplio consenso en cuanto a que, ciertamente, hay infinidad de mundos, y que la así llamada materia o energía es eterna, aunque variable en forma y estado. Pero la idea de seres humanos que llegan a ser dioses todavía se considera una noción vana, presuntuosa y herética por parte de los cristianos tradicionales31.

Aun entre quienes creen en ello, la idea de nuestro posible estado como dioses a veces sigue siendo tan vaga como los típicos paisajes de nubes rosas y arpas doradas. Un grupo de estudiantes de honor de BYU hablaba de Voltaire y del “mejor de todos los mundos posibles”32.

“Díganme”, dije, “¿cómo creen que es el mejor de todos los mundos posibles?”.

“Sería como el Reino Celestial”.

“¿Y cómo es eso?”.

“Bueno, no habrá problemas como los hay aquí”.

“¿Qué tipo de problemas?”.

“Pues, en primer lugar, todos seremos… felices. No habrá ninguna crueldad. Nadie allí rechazará ni abusará de otras personas, ni se reirá de ellas ni las ignorará”.

“Oh”, exclamé, “¿están sugiriendo que Dios no experimenta ninguna de esas cosas ahora?”.

Entonces hubo silencio por un momento.

En su deseo de llegar al Reino Celestial, esos alumnos estaban más familiarizados con las tradicionales utopías de la ausencia de pruebas que con nuestro propio Dios y nuestro propio mundo. El Reino Celestial era un lugar donde librarse del sufrimiento, no uno donde comprenderlo y afrontarlo de maneras coherentes con gozo, amor y albedrío.

Lo que importa no son solo los supuestos puntos de doctrina como la divinidad potencial o el Reino Celestial, sino también el significado y el marco más amplio que la persona les da. Ese marco más amplio da significado a los fragmentos. Dentro o fuera de nuestra Iglesia no he oído a nadie preguntar por qué Dios hizo que siete personas cayeran en pedazos al fondo del mar cuando explotó el cohete espacial Challenger. Estamos acostumbrados al aspecto metódico del vuelo espacial, y miramos en ese marco para encontrar explicaciones del desastre. Una comisión comenzó a examinar las repeticiones del video, las juntas tóricas, los materiales, la fabricación, los memorandos, la organización y la toma de decisiones, entre otras cosas, para dar con los problemas y abordarlos antes de proceder al siguiente proyecto espacial tripulado. El proceso fue complejo, pero aun el más mínimo rastro había sido registrado, y fue posible dar un informe preciso.

Podemos hacer un informe como ese para trazar el rastro de muchas clases de sufrimiento, pero normalmente no tenemos ni el tiempo ni la capacidad para reducir todas las causas y todos los efectos a una sola hoja que cumpla con ese propósito33. Aunque podamos hacerlo de manera bastante precisa, lo más probable es que nuestro informe refleje cómo sobrevino el sufrimiento, no por qué. Hace unos veinte años, un hombre vio a su madre morir lamentablemente de cáncer y luego, al cerrar la casa, dijo: “No puedo orar a un Dios que dejaría que mi mamita sufriera de ese modo”. Él no quería un informe paso a paso de por qué el cáncer produce dolor, o de cómo ella se enfermó de cáncer. Deseaba saber por qué existe el cáncer, por qué hay dolor, por qué Dios no lo evita, por qué sufren los inocentes, por qué un pequeño y frágil ser humano habría de sufrir un dolor tan inmerecido. ¿Qué propósito podría justificar una angustia así? ¿Qué modelo integral de existencia podría darle sentido a algo así?

Nosotras no tenemos la mente de Dios. Ahora vemos por espejo, oscuramente, y así será hasta que nos veamos con Él cara a cara, y conoceremos como fuimos conocidos34. Hay ocasiones en las que debemos decir: “No lo sé”. Creer que lo sabemos todo es una clara señal de que no es así. Pero tenemos la capacidad de aprender mucho en cuanto a este mundo y de reflexionar en la diferencia que pueden marcar las doctrinas de los Santos de los Últimos Días en el modo en que conectamos nuestra experiencia, nuestros diversos pasajes de las Escrituras, nuestras tradiciones y nuestras explicaciones teológicas bien fundamentadas pero contradictorias. Cuanto mejor entendamos lo que está en el centro de la doctrina SUD, mejor podremos distinguir lo que no lo está. No hace falta que nos envolvamos en vano en una extravagante colcha cosida caprichosamente con la teología del Antiguo Testamento, tal como la de Jefté, con algunos remiendos de utopía y doctrina SUD bordados encima. Podemos ampliar nuestra comprensión de los principios SUD y utilizarlos como el centro de un marco con el cual dar cierto sentido a los contradictorios fragmentos.

Por supuesto puede parecer más fácil permanecer en terreno tradicional seguro, pero Dios —y esta es posiblemente una de las cosas más importantes que creemos de Él— nos ha invitado a ir más allá, a hacer que el sufrimiento valga la pena y a afrontarlo lo mejor que podamos. Puede que estemos en el proceso de aprender a hacerlo, seas cuales sean nuestras actuales limitaciones y circunstancias. Aunque nuestra búsqueda de entendimiento sea larga o incompleta, puede conducirnos al valor, a la paz y a un sentido cada vez más auténtico de nosotras mismas y de Dios.

La opinión tradicional es que estamos vivos porque Dios nos puso aquí, o porque Adán y Eva cayeron de la inocencia y de un paraíso sin problemas por causa de su desobediencia. Este punto de vista aparece en las Escrituras. No obstante, los Santos de los Últimos Días creen que esos puntos de vista tradicionales son incompletos, porque omiten varios elementos importantes, por ejemplo, que hemos existido sin principio y que estamos aquí porque elegimos venir35. Estamos aquí no solo porque Dios decidió que sería una buena idea y lo hizo posible; no solo porque Adán y Eva cayeron y nosotras fuimos automáticamente detrás, sino porque nosotras elegimos venir. Independientemente de lo que Dios o Adán y Eva hicieron para que esto fuera posible, creemos que la decisión de nacer fue nuestra. Los brevísimos relatos de nuestra vida antes de venir a esta tierra sugieren que nosotras elegimos, tal como Eva eligió, y defendimos esa elección en cualquiera que fuera la clase de guerra que puede tener lugar entre espíritus36. Nuestro nacimiento es una evidencia de valor y de fe, no de indefensión, vergüenza y desobediencia, y aun así debemos dar sentido a los contradictorios informes sobre ello, a los aparentemente contradictorios fragmentos sobre ello. Mejor nos será, si queremos darles sentido, que comprendamos bien las implicaciones de esos breves fragmentos que tenemos sobre nuestra existencia antes de que comenzara la vida del ser humano.

No sabemos si hubo varias posibilidades de las cuales no tenemos registro, pero dudo que hubiera un país de nunca jamás en donde hubiésemos podido ser niños felices sin ninguna responsabilidad para siempre37. Al parecer hubo un punto en el que tuvimos que crecer o decidir no hacerlo. Nuestras Escrituras sugieren que hubo decisiones ineludibles que todos los habitantes que estuvieron en el concilio preterrenal tuvieron que tomar de manera consciente y responsable, como en Edén. No podíamos ser meros observadores, solamente pensando en la decisión, solamente imaginando lo que podría suceder si lo hiciéramos, solamente hablando acerca del significado de todo ello. En todo caso, la norma que Dios le dio a Alma cuando este vio que mujeres y niños buenos eran quemados vivos en Ammoníah sugiere que no era suficiente con imaginar lo que podría haber sucedido si ellos eran quemados hasta morir, o lo que habría llegado a ser de las personas que lo estaban haciendo38. Dios no quería saber solamente lo que podía pasar, y ellos aparentemente tampoco querían saberlo al principio.

De todos modos se nos dice que había dos alternativas. Lucifer propuso una manera tan diferente de la de Dios, que habría destruido este universo en el que Dios habla de yo y tú, ellos y nosotros; este universo en el que Elohim y Jehová hablan de Sus propios nombres y también se dirigen por nombre a Eva, a José, a Moisés, a María, a Abraham, a Helamán, a Pedro y a Emma39. Lucifer tendría para todos nosotros un solo nombre, una voluntad, una identidad: la suya. No era la obediencia y el “éxito” (por su definición) lo que él evitaría; más bien era la desobediencia y el fracaso lo que no permitiría. En su universo, nadie sería herido ni tendría miedo. Solamente permitiría cualquier experiencia e identidad que él eligiera para nosotros y, si conocíamos el placer, el dolor o el éxito, sería enteramente por causa de él, no por nosotros mismos. Lo asombroso es que el pretendido universo de Lucifer es exactamente el universo que muchos de nosotros atribuimos a Dios o deseamos de Él.

Dios ofreció una posibilidad profundamente distinta: que con Su ayuda conoceríamos y crearíamos la realidad individualmente en un universo de ley y de albedrío personal, y finalmente elegiríamos quiénes queremos ser, decidiendo llegar a ser más como Él si eso es lo que deseamos, decidiendo llegar a ser dioses si eso es realmente lo que deseamos por toda la eternidad40. La ley en el universo de Dios es una cuestión de procesos y relaciones que son conocibles y previsibles, no caprichosos e inconsistentes. Esa ley es inherente a toda materia. El albedrío en un universo así no es solo la capacidad de decisión moral, sino esencialmente la capacidad de pensamiento, acción e invención real, con consecuencias inherentes para uno mismo y para los demás. Un agente es alguien cuya naturaleza no puede ser permanentemente determinada por otras personas, o por los acontecimientos o las circunstancias. Las implicaciones de esta doctrina son importantes para nuestro sufrimiento, ya sea que vivamos en Inglaterra o en África, con o sin una compresión actual de los caminos de Dios.

Nosotras deseábamos vida, por muy alto que fuera el precio. Sufrimos porque estuvimos dispuestas a pagar el precio de ser y de estar aquí con otras personas en su ignorancia e inexperiencia, así como en las nuestras. Sufrimos porque estamos dispuestas a pagar el precio de vivir con las leyes de la naturaleza, que intervienen con bastante consistencia ya sea que las entendamos o no, que podamos gestionarlas o no. Sufrimos porque, como Cristo en el desierto, al parecer no dijimos que vendríamos solamente si Dios transformaba todas nuestras piedras en pan cuando tuviéramos hambre. Estuvimos dispuestas a conocer el hambre. Como Cristo en el desierto, no le pedimos a Dios que nos dejara probar lo que es caer o ser lastimadas solo con la condición de que nos atrapara antes de tocar el suelo y nos librara del dolor real41. Estuvimos dispuestas a conocer el dolor. Como Cristo, no aceptamos venir solamente si Dios hacía que todo el mundo se inclinara ante nosotras y nos respetara o admirara y entendiera. Como Cristo, vinimos para ser nosotras mismas, asumiendo y creando la realidad. Estamos descubriendo quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser a pesar del entorno inmediato y de las circunstancias.

¿Qué sentido tiene esto? ¿Qué sentido tiene conocer la realidad y ser nosotras mismas, sufrir como sufrió Jean Kerr, la amiga de Dorothy, y como sufren muchas otras personas a diario? ¿Por qué eso importaba tanto?

Una razón por la que estuvimos dispuestas a pagar el alto precio de seguir haciendo frente a la realidad y llegar a ser nosotras mismas es que Dios nos dijo que podíamos llegar a ser más como Él. Nuestra vida puede llegar a ser más abundante, con la máxima plenitud de la verdad, el gozo y el amor, una plenitud imposible para las almas que no son capaces de asumir un rol activo para crearla, almas que ignoran el bien y el mal, el placer y el dolor, almas que temen lo desconocido.

Según mi compresión de las Escrituras, no nos preparamos ahora para comenzar en la siguiente vida a llegar a ser más como Dios. No estamos esperando simplemente a que comience el proceso. Este es aquí y ahora. Las implicaciones son muchas, y ahora solo tenemos tiempo para sugerir unas pocas relacionadas con el sufrimiento.

Si queremos llegar a ser más como Dios, debemos experimentar y comprender la realidad de la ley física. Ninguna persona en nuestro mundo ni en el universo de Dios maneja la masa, la energía, el movimiento, la gravedad ni los grandes avances para que no sean más reales que una película o alguna aventura imaginaria. Para Dios, estos temas de grandes avances y masa y movimiento son reales, y para nosotras son reales. Dios actúa conforme a las leyes que experimentamos y tratamos de aprender aquí. Hay muchos pasajes de las Escrituras que indican que nuestro Dios es un Dios de ley, y nosotras quedamos expuestas a la misma clase de leyes que Él comprende42. Las leyes son reales para Él, y las mismas leyes son reales para nosotras. Si no lo fueran, lo que tendríamos sería un incomprensible caos, o bien el tipo de existencia que Lucifer ofrecía.

Lo importante para nuestra experiencia es la realidad de las operaciones que podemos predecir y de las cuales podemos aprender a depender. ¿Dónde estaríamos si la gravedad fuera inconsistente y tratáramos de tomar asiento? ¿Dónde estaríamos si la gravedad tuviera efecto en algunas de nosotras y en otras no? Aun así, cuando un niño cae por una ventana de lo alto algunas deseamos que la gravedad no tenga efecto en ese momento, o suponemos que Dios la está utilizando para causar sufrimiento, o miramos a Él para que la detenga. Lo mismo ocurre con otras leyes de la masa y el movimiento. Queremos ir en auto al supermercado o cruzar el país, pero las mismas leyes del movimiento y la masa que hacen posibles esos viajes pueden producir accidentes que desfiguran a las personas de por vida o las dejan trece años postradas en cama, sin poderse mover. Vivimos con la ley natural.

Nadie manipula cada decisión del ser humano que afectaría toda experiencia humana. Si Dios lo hiciera, ahora tendríamos la clase de existencia que Lucifer ofrecía de manera permanente. Para Dios, el albedrío y la existencia real de otras almas son de valor primordial, un valor que excede cualquier razón para controlar arbitrariamente todo lo que experimentan y llegan a ser. Dios no hace de Sí mismo la única realidad, o la única fuente de realidad.

“Toda verdad es independiente para obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la ha colocado, así como toda inteligencia; de otra manera, no hay existencia”43. No podemos existir sin el albedrío y sin sus resultados. Tampoco podemos llegar a ser como Dios si creemos que otras personas deben ser privadas de su albedrío para que así podamos ser nosotras mismas. No somos niñas mimadas en el jardín de infancia o Disneyland. No nos estamos preparando para algún día hacer frente a la realidad. Esta es aquí y ahora.

Poco después de aprender a leer, descubrí los cuentos y mitos populares en el estante inferior de la biblioteca pública, y devoré todos los que allí había. Héroes y heroínas eran amables y valientes, y compartían su pan con personas mucho más desagradables y muy diferentes a ellos; eran capaces de cabalgar al viento hacia el este del sol y el oeste de la luna, y encontraban montañas y bosques, y gigantes y personas que podían convertirlos en piedra, y ellos resurgían siempre triunfantes y felices. Yo era una de ellas, y caminaba hacia la escuela disfrazada como una chica canadiense normal de principios de la década de 1940, y me consideraba amable y valiente. Podía encontrarme con esas cosas, y lo hacía, tal como los personajes de aquellos relatos. En aquel entonces no sabía cómo era realmente convertirse en piedra, por así decirlo, o lo que era tratar de nadar más allá de mis fuerzas, pero ahora lo sé. Aunque ciertamente compartiría mi pan con una vieja bruja fea, o con cualquier otra persona que estuviera pasando hambre, no entendía la compasión hacia alguien que me hiriera por su propia ignorancia. Creía que solo las personas malvadas podían herirme. Los cuentos eran imaginarios; la vida es real.

Hay un fragmento de Isaías que para mí clarifica este asunto. Es mejor en el contexto de los capítulos que lo rodean, y aun mejor en el contexto de todas las Escrituras, pero incluso por sí solo resulta útil:

¿A quién enseñará él conocimiento, o a quién hará entender el mensaje? ¿A los destetados? ¿A los recién quitados de los pechos?

Porque mandamiento sobre mandamiento, mandato tras mandato, línea sobre línea, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá;

porque con tartamudez de labios y en otra lengua él hablará a este pueblo,

a los cuales él dijo: Este es el reposo; dad reposo al cansado; y este es el descanso, mas no quisieron oír.

Y la palabra de Jehová les fue mandamiento tras mandamiento, mandato tras mandato, línea sobre línea, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá, a fin de que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, y atrapados y apresados44.

¿Por qué nos hablaría de manera que nos dejara “[caer] de espaldas, y [ser] quebrantados, atrapados y apresados”? Durante muchos años me desconcertó este pasaje. No podía entenderlo. Y aun así creo que, si hemos de entender a Dios, debemos entender este pasaje.

Aprendí mucho sobre ello en una reunión sacramental, no por algo que escuché, sino cuando vi jugar a un pequeñito en la fila de delante. Él tenía un libro silencioso abierto en una página con formas de colores: un cuadrado púrpura, un círculo naranja, un rectángulo rojo, un triángulo verde y, arriba de estos, pegados con velcro, las correspondientes formas y colores. El niño era claramente inexperto. Tomó todas las formas y pegó un cuadrado púrpura sobre un triángulo verde; tiró de la rodilla de su padre y le sonrió con absoluto deleite porque había colocado un cuadrado púrpura sobre un triángulo verde, y seguía ahí. El padre lo miró, vio el error, sacudió la cabeza y volvió a dirigir su atención hacia el discursante. El niño quitó el cuadrado púrpura del triángulo verde, lo colocó sobre un círculo naranja, tiró de la rodilla de su padre y le sonrió con absoluto gozo y deleite. El padre lo miró, vio el error, sacudió la cabeza y volvió a mirar al discursante. El niño quitó el cuadrado púrpura y lo colocó sobre un cuadrado púrpura, descubrió que encajaba, tiró de la rodilla de su padre y le sonrió con absoluto deleite. El padre asintió y volvió a mirar al discursante, y el niño comenzó a experimentar con el triángulo verde removible.

Por supuesto que esta no es una metáfora perfecta de nuestra experiencia con el sufrimiento o con Dios, pero para mí es muy ilustrativa en conexión con el pasaje de Isaías. El niño estaba aprendiendo sobre formas y colores, no solo sobre ser un buen chico y complacer a su padre uniendo correctamente las formas y los colores. Las formas y los colores, aunque útiles, eran parte de un aprendizaje más extenso: él puede aprender, la ignorancia o los errores no tienen por qué ser permanentes, está llegando a ser él mismo, no es el centro del universo de todos los demás, hay deleite en la invención y el descubrimiento, algunos “absolutos” deleites son mejores que otros, etcétera. Este aprendizaje era suyo, y él estaba asumiendo un rol activo en la creación, así como en el descubrimiento de aquello que estaba aprendiendo45.

Más allá de los detalles del sufrimiento, nosotras también estamos siendo “destetados”, y somos agentes inmersos en un aprendizaje más extenso, por muy breve, dolorosa o sumamente limitada que pueda ser la experiencia terrenal. Hasta un niño que nació ayer y murió de hambre o por abuso una semana después experimentará la realidad física, los grandes avances, los elementos, los movimientos y los procesos que constituyen la existencia física. Incluso un niño como ese experimenta en cierta medida el modo en que los agentes pueden afectarse unos a otros. Incluso un niño ignorante como ese descubre que, con la ayuda de Dios, uno puede sobrellevar el dolor, la estupidez, la angustia o la muerte, y trascenderlos. Lo que encontramos en el camino del sufrimiento es mucho más importante que los cuadrados de color púrpura, pero nosotras también descubrimos que podemos aprender, y que podemos recibir ayuda de nuestro Padre a fin de poder sobrevivir.

La historia de la tierra, la historia de la religión, es la historia de los problemas humanos para comprender a nuestro Padre Celestial. Hay un versículo en Deuteronomio que dice que, si buscamos a Jehová con todo nuestro corazón, Él no nos abandonará46. También tenemos, en Salmos 22 y en las palabras de Cristo sobre la cruz: “… ¿por qué me has desamparado?”47. ¿Podemos confiar en Dios? ¿Es una ayuda en la que podemos confiar en momentos de dificultad?

En respuesta a tales preguntas, algunas personas asienten vigorosamente, otras se muestran indecisas, otras sacuden con fuerza la cabeza y otras se van a dormir. Nuestras percepciones no son idénticas. Dios no hace que sean idénticas. Él no es la única fuente de nuestro entendimiento en cuanto Él ni de nuestra relación con Él. Nosotras participamos en la creación de nuestra comprensión y relación. Él nos invita a venir y conocerlo a Él, no solo a saber en cuanto a Él. La manera de conocerlo mejor es llegar a ser más como Él.

Si durante este proceso deseamos encontrar ayuda en las Escrituras, debemos leerlas todas en contexto, con el propio lenguaje y la comprensión de los que las escribieron, y elegir lo que sea más importante y significativo48. Si tomamos algunos escritos, tal vez nos volvamos a Dios solamente en espera de venganza, furia e imposición de sufrimiento cuando cometemos un error o necesitamos ayuda. Pero yo creo que otros escritos ilustran mejor la creencia de los Santos de los Últimos Días en el amor de Elohim y de Jehová, Su amor, Su relación con nosotros y la preservación y el aumento que hacen Ellos de nuestro albedrío. Por ejemplo:

Por lo cual estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,

ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro49.

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro50.

Vosotros también estuvisteis en el principio con el Padre; lo que es Espíritu, sí, el Espíritu de verdad;

y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser;

y lo que sea más o menos que esto es el espíritu de aquel inicuo que fue mentiroso desde el principio51.

Él no hace nada a menos que sea para el beneficio del mundo; porque él ama al mundo…

y él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles52.

Yo sé del amor de Dios. Es una de las poquísimas cosas que sé con absoluta certeza. Creo que el sufrimiento en esta tierra es una señal de la confianza de Dios, del amor de Dios. Creo que es una señal de que Dios no desea que seamos simplemente hijos obedientes jugando para siempre a la sombra de Su mano, sino que desea que seamos capaces de llegar a ser más como Él. A fin de conseguirlo, debemos conocer la realidad. Tenemos que ser fieles a nosotras mismas y no depender de factores externos. Si hemos de ser como Dios, no podemos vivir para siempre con temor a encontrarnos con algo que nos asustará o nos hará daño. Hemos de ser capaces, como lo es Él, de afrontar lo que provenga del albedrío de los demás, y de vivir en un universo de leyes que permite la creación de un planeta habitable solo en la medida en que permite también las dificultades que conlleva el funcionamiento natural de dicho planeta.

Ahora existimos como adolescentes, entre la ignorancia y la plena verdad, con interacciones reales entre nosotros y el universo más numeroso y complejo que hasta hoy hemos observado o comprendido. Es dentro de este contexto donde confío en Dios y en Sus mandamientos. No creo que pudiera hacerlo dentro del marco tradicional donde se supone que Su amor y poder nos guardarán del dolor y de la lucha si somos buenas. Tampoco me resultaría fácil confiar en Él si creyera que tiene la costumbre de manipular las leyes naturales y a otras personas para darme exactamente lo que necesito para probarme o enseñarme o, en otras palabras, para hacerme el centro del mundo, sin tener en cuenta el albedrío ni la experiencia de otras personas, e independientemente de una ley consistente y conocible. En la teología de los Santos de los Últimos Días, es el extenso contexto de todos los seres humanos lo que da sentido al sufrimiento. Dentro del contexto de la teología de los Santos de los Últimos Días, hallo esperanza para comprender y para cambiar lo que puedo cambiar, pero también esperanza para superar lo que no puedo cambiar: “Aquí está mi dragón ahora, aquí está el hechicero que podría convertirme en piedra, pero con la ayuda de Dios puedo ser yo misma. Soy capaz de sufrir y sobrevivir”.

Algunas de las preguntas más difíciles sobre el sufrimiento son por qué Dios parece intervenir unas veces, y otras no, y por qué deberíamos orar para pedir Su protección. Hay ocasiones en las que solo hemos de decir “no lo sé”, y entonces confiar en Dios. Esto es más satisfactorio para mí dentro del contexto que he sugerido que en el de las teologías tradicionales; no obstante, es dentro del marco tradicional donde muchos Santos de los Últimos Días hacen preguntas sobre el sufrimiento y la parte que Dios juega en él. Digan lo que digan creer sobre la ley y el albedrío del ser humano, cuando llega la angustia muchos creyentes Santos de los Últimos Días recurren a la versión de Jefté sobre Dios y Su poder. En la teología de los Santos de los Últimos Días, el poder, la bondad y el amor de Dios, tal como los definen las teologías tradicionales, no son los temas que se ponen en tela de juicio. El estar vivos y hacer frente al sufrimiento son una evidencia de Su poder, Su bondad y Su amor.

La verdadera pregunta es: ¿Cuál es actualmente la relación de Dios con nosotras? Creo que nos ama por nosotras mismas, no solo por Sí mismo. Creo que Él es nuestra ayuda, nuestro guía, la razón de nuestra existencia presente, nuestro consolador, pero creo que estas cosas han de entenderse en un contexto más amplio del que resulta más obvio. Cuando Elías el Profeta invocó la lluvia para acabar con la sequía local, el autor de este relato no habla de los relevantes cambios que necesariamente se dieron en el amplio sistema meteorológico alrededor de la tierra, ni de las consecuencias que tuvieron en la India o en Japón53.

El poder de Dios es real. El poder de la fe es real; no es que Dios conceda arbitrariamente ayuda a una persona suficientemente buena como para tener suficiente fe, sino que la fe en sí misma es poder54. También son reales las leyes físicas inherentes al universo. Dios nos ha instado repetidamente a que le pidamos ayuda, con fe en que Él hará lo que es bueno. En cada caso, Su definición de lo que es bueno es una cuestión de verdad y de ley, no un antojo arbitrario. Puede que no entendamos todos los detalles o las interacciones que entran en juego, pero podemos entender el contexto teológico dentro del cual suceden los fragmentos.

Sabiendo que podemos tambalearnos y caer, el saber que algunas personas no tienen el Evangelio o carecen de libertad o capacidades —en otras palabras, conociendo nuestras diversas limitaciones aquí— encuentro sentido en la doctrina de los Santos de los Últimos Días de que nuestro aprendizaje continúa después de esta vida, y que nuestras caídas no tienen por qué ser permanentes. Muchas causas y efectos del sufrimiento son evidentes para nuestra percepción de quiénes somos y de lo que podemos hacer al respecto. Dada nuestra ignorancia e inexperiencia, damos con obstáculos por causa de las cosas que no comprendemos y también por las que asumimos que no comprendemos. Lo que otras personas nos han enseñado, fueran cuales fueran sus intenciones, pueden obstaculizarnos tanto como ayudarnos. Una de mis oraciones a mi Padre es que mis hijos sean sanados de mi ignorancia y no soporten para siempre las dificultades causadas por las cosas que yo he hecho mal o que he dejado de hacer en mi papel como madre. Al pensar en la expiación de Cristo siento que, si nuestros pecados han de ser perdonados, las consecuencias de los mismos han de ser borradas. Si mis errores van a ser perdonados, otras personas tendrán que ser sanadas de cualquier efecto de los mismos. Del mismo modo, si otras personas han de ser libradas por medio de la Expiación, entonces nosotros seremos sanados de sus errores. Creo que esa es una parte esencial de comprender el don de Dios: Él no diseñó un plan por el cual simplemente probarnos a nosotros mismos para bien o para mal. Más bien debemos darle sentido al hecho de que lo que somos y llegaremos a ser no depende completamente de dónde estemos ahora, o de no haber cometido nunca un error. La expiación de Cristo hace posible que superemos nuestro encuentro con la realidad, la caída, el hambre, el llanto, el arrastrarnos por los suelos, el ser física o psicológicamente desfigurados y cicatrizados por la vida, y aun así sobrevivir y superarlo. Si eso no fuera verdad, entonces todo nuestro universo no tendría sentido, y nosotras también seríamos solo lo que Lucifer sugería: simplemente robots inteligentes.

Yo conozco la bondad de Dios y también conozco las heridas de esta vida. De las poquísimas cosas que verdaderamente sé, la más cierta, extraída de la más vívida e inexpresable experiencia de mi vida, es esta: Dios es amor, y lo que importa es que nosotros lleguemos a serlo. Ruego que podamos obtener el valor y la fe para confirmar la elección que hemos hecho, para recordar que somos activas y estamos vivas, y hacemos frente al sufrimiento aquí porque Dios sabía que podíamos, y porque nosotras creíamos que podíamos.

Escojamos bien la teología con la que enmarcar nuestra experiencia. Confiemos en nosotras mismas y en Dios, pidiendo continuamente la ayuda que es buena. Amémonos las unas a las otras, lloremos las unas con las otras y sacrifiquemos el temor por el valor. Busquemos la realidad y la verdad, perdonándonos a nosotras mismas y a los demás, aprendiendo a ayudarnos a nosotras mismas y a todos los demás como podamos. Lleguemos a ser más como nuestro Dios, que es bueno.

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Teología de los Santos de los Últimos Días sobre el sufrimiento, En el Púlpito, accessed 24 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-4/chapter-43