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Con santidad de corazón

Una grabación original de este discurso está disponible en churchhistorianspress.org (por cortesía de la Biblioteca de Historia de la Iglesia).

Reunión General de la Sociedad de Socorro

Centro de Conferencias, Salt Lake City, Utah

28 de septiembre de 2002


Virginia H. Pearce, Janette Hales Beckham y Bonnie D. Parkin

Virginia H. Pearce, Janette Hales Beckham y Bonnie D. Parkin, Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, 1994. La meta de la presidencia de la hermana Beckham, que sirvió desde 1992 hasta 1997, era ayudar a “cada jovencita a llegar a ser una mujer de fe, recta y resolutiva”. Más adelante, la hermana Parkin prestó servicio como Presidenta General de la Sociedad de Socorro, entre 2002 y 2007. En la imagen, de izquierda a derecha, las hermanas Pearce, Beckham y Parkin. Fotografía por Busath Photography. (Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City).

Mientras crecía en Herriman, Utah, Bonnie Dansie Parkin (n. 1940) aprendió de su abuela, Agnes Kunz Dansie, independencia y devoción a la Sociedad Socorro. La hermana Dansie era activa en la Sociedad de Socorro, y estaba orgullosa de haber contribuido a los fondos para la construcción del Edificio de la Sociedad de Socorro. Ferviente defensora de la educación en general, y de la educación de las mujeres en particular, la hermana Dansie de vez en cuando le enviaba a la hermana Parkin billetes de un dólar para apoyarla mientras estudiaba Magisterio en la Universidad del Estado de Utah, donde obtuvo su licenciatura en 1962. La hermana Dansie ganaba esos dólares escribiendo una columna para el Midvale (Utah) Sentinel y vendiendo los huevos de sus gallinas1.

A lo largo de su vida, la hermana Parkin halló fortaleza en el cumplimiento de los convenios. En Seattle, Washington, ella era una madre primeriza con muy poco dinero y un esposo, James L. Parkin, que se ausentaba a menudo para cumplir con sus responsabilidades como médico residente en la Universidad de Washington y miembro del obispado2. Durante aquella ajetreada época, la hermana Parkin hizo de sus compromisos en la Iglesia su prioridad, sirviendo como presidenta de la Primaria y estudiando el Libro de Mormón y la Biblia con una amiga3. El hermano y la hermana Parkin continuaron también pagando su diezmo, aun cuando sus ingresos eran tan bajos que el obispo les preguntó si estaban pagando lo que debían, ya que se preguntaba cómo podían vivir con tan poco4. Una manera en que el matrimonio Parkin hacía hincapié en los convenios con sus cuatro hijos, era mediante la celebración entusiasta de los bautismos. Ellos se preparaban teniendo lecciones y conversaciones en la noche de hogar, comprando ropa nueva, invitando a los abuelos y los amigos y compartiendo un almuerzo después en su hogar5.

La hermana Parkin estuvo en la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro entre 1990 y 1994, cuando se unió a la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes6. Solo seis meses después de aceptar este nuevo cargo, ella habló en la conferencia general7. Había escrito su discurso y estaba con unos invitados en casa justo antes de la conferencia cuando se dio cuenta de que había preparado “el discurso equivocado”8. Así que empezó desde el principio, esta vez escribiendo un discurso sobre los convenios, con especial hincapié en los convenios que se describen en Mosíah 18:8–9 de “llevar las cargas los unos de los otros… llorar con los que lloran… consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo”. Ella también describió los convenios desde el punto de vista de las promesas del templo “de ser obedientes, de sacrificarnos, de mantenernos puros y dignos, de ayudar en la propagación de la verdad, de ser castos, de orar, de vivir el Evangelio, de ser siempre fieles”9.

En la mañana del 25 de febrero de 2002, el matrimonio Parkin fue emplazado telefónicamente a reunirse con el Presidente de la Iglesia, Gordon B. Hinckley. Después de hablar con ellos, el presidente Hinckley miró a Bonnie y dijo: “La llamo a ser Presidenta General de la Sociedad de Socorro”10. Como Presidenta, la hermana Parkin tenía prioridades concretas. Por ejemplo, sentía la necesidad de ayudar a las jovencitas a aprender a amar la Sociedad de Socorro11. Durante los primeros años de su servicio en la Mesa Directiva General, ella estuvo en el comité asignado a ayudar a las mujeres jóvenes a hacer una transición agradable de la organización de las Mujeres Jóvenes a la Sociedad de Socorro12. Sus visitas a las sociedades de socorro en Inglaterra cuando su esposo y ella presidían la Misión Londres Sur influyeron también en las prioridades de la hermana Parkin como Presidenta General13. Ella admiraba el modo en que las hermanas de la Sociedad de Socorro habían compartido abiertamente en sus reuniones tanto las cosas difíciles como las cosas buenas de sus vidas. Incluso fuera de las reuniones, ellas se apoyaban diligentemente unas a otras por medio de las visitas de maestras visitantes y el servicio caritativo, a pesar de las inconveniencias logísticas de vivir en barrios que abarcaban grandes distancias. Muchos de los miembros eran nuevos conversos que frecuentemente describían cómo sus convenios los habían bendecido14.

La hermana Parkin y sus nuevas consejeras hicieron de los convenios una parte de su declaración de objetivos. Ellas querían ayudar a las mujeres a “sentir a diario el amor del Señor en sus vidas, a guardar sus convenios, ejercer la caridad y fortalecer a las familias”15. La hermana Parkin dio el siguiente discurso, también sobre los convenios, en una reunión general de la Sociedad de Socorro seis meses después de ser llamada como Presidenta16.

Aunque somos muchas más que aquellas hermanas de la Sociedad de Socorro de Nauvoo, el espíritu de nuestra congregación es el mismo17. Tal como nosotras, ellas se edificaron, alentaron e inspiraron unas a otras; oraron las unas por las otras; consagraron al reino todo lo que poseían. El presidente Hinckley nos ha descrito como “una gran reserva de fe y de buenas obras… un áncora de devoción, de lealtad y de logros”18. Cuán extraordinario es que, ya sea que estemos en el Centro de Conferencias, en una capilla en México o en una rama en Lituania, somos hermanas en Sion con una gran tarea que realizar. Y juntas, con la guía de un profeta de Dios, lo lograremos. Espero que puedan sentir el amor que tengo hacia ustedes, el mismo que comparten mis consejeras, quienes son una gran bendición para mí.

Decir que me quedé estupefacta cuando el presidente Hinckley me llamó a ser la Presidenta General de la Sociedad de Socorro es quedarme corta. Ustedes me comprenden; pero, con voz trémula, respondí: “Heme aquí, envíame a mí”19. Cuando una amiga judía se enteró de lo que este llamamiento requería, me miró como si yo estuviera loca y me preguntó: “Bonnie, ¿por qué has aceptado eso?”. (En ocasiones como esta, a menudo me pregunto lo mismo). Pero hay una sola razón por la que lo hice: He hecho convenios con el Señor y sé lo que eso requiere. Además, sabía que ustedes y yo serviríamos juntas, y que mis esfuerzos serían en beneficio de todas nosotras.

Desde hace siglos, las mujeres rectas han estado dando un paso al frente para unirse a la causa de Cristo. Muchas de ustedes se han bautizado hace poco; los convenios que han hecho son nuevos en sus corazones y sus sacrificios son recientes. Al pensar en ustedes, recuerdo a Priscilla Staines, de Wiltshire, Inglaterra20, que a los diecinueve años se unió a la Iglesia, en 184321. Sola, tuvo que salir secretamente por la noche para ser bautizada, debido a las persecuciones de sus vecinos y al descontento de su familia. Ella escribió: “Esperamos hasta la medianoche… y nos dirigimos a un arroyuelo que había a cuatro kilómetros de distancia. Encontramos el agua… congelada, y el élder tuvo que abrir un hoyo en el hielo lo suficientemente grande para efectuar el bautismo. Nadie, solo Dios y Sus ángeles, y los pocos testigos que aguardaban en la orilla, escucharon mi convenio; pero en la solemnidad de esa hora, parecía que toda la naturaleza estaba escuchando y que el ángel registrador escribía nuestras palabras en el libro del Señor”22.

Sus palabras: “Nadie, solo Dios y Sus ángeles… escucharon mi convenio”, me conmovieron profundamente porque, al igual que Priscilla —no importa nuestra edad, nuestro conocimiento del Evangelio, ni nuestro tiempo en la Iglesia—, todas somos mujeres del convenio. Esta es una frase que a menudo oímos en la Iglesia, pero ¿qué significa? ¿En qué forma los convenios definen quiénes somos y cómo vivimos?

Los convenios —o las promesas que tienen validez entre nosotros y nuestro Padre Celestial— son esenciales para nuestro progreso eterno. Paso a paso, Él nos instruye para que lleguemos a ser como Él al invitarnos a participar en Su obra. Cuando nos bautizamos, hacemos el convenio de amarle con todo nuestro corazón, y de amar a nuestros hermanos y hermanas como a nosotras mismas23. En el templo hacemos convenios adicionales de ser obedientes, generosos, fieles, honorables y caritativos24. Hacemos convenio de sacrificarnos y de consagrar todo lo que tenemos. Cuando guardamos los convenios forjados mediante la autoridad del sacerdocio, recibimos bendiciones hasta que nuestra copa rebosa. ¿Cuán a menudo reflexionan en que sus convenios se extienden más allá de la vida terrenal y las conectan con lo Divino? El hacer convenios es la manifestación de un corazón dispuesto; el guardarlos es la manifestación de un corazón fiel.

Parece muy sencillo al leerlo, ¿verdad? Naturalmente, al llevarlo a la práctica es cuando probamos quiénes somos en realidad. Por eso, cada vez que tendemos la mano con amor, paciencia, bondad y generosidad, honramos nuestros convenios y decimos: “Heme aquí, envíame a mí”. Por lo general, decimos esas palabras en forma callada y privada, sin alarde de extravagancia.

Los convenios que otras personas han hecho con el Señor ¿cuándo han sido una bendición para ustedes o han brindado paz y aliento a su alma? Cuando mi esposo y yo fuimos misioneros en Inglaterra, vimos a muchos élderes y hermanas cuyas vidas reflejaban la influencia directa de los convenios de mujeres rectas25. Yo estaba tan agradecida por las madres, las hermanas, las tías y las maestras —como muchas de ustedes— que, al honrar sus convenios, hicieron que las bendiciones llegaran a los demás por la forma en la que enseñaron a esos futuros misioneros.

Los convenios no solo nos persuaden a dejar nuestra comodidad y a entrar en una nueva etapa de progreso, sino que conducen a los demás a hacer lo mismo. Jesús dijo: “… las obras que me habéis visto hacer, esas también las haréis”26. Él guardó Sus convenios y eso nos alienta a guardar los nuestros.

Los convenios nos libran del sufrimiento innecesario. Por ejemplo, cuando obedecemos la guía del Profeta, estamos guardando un convenio. Él nos ha aconsejado que evitemos las deudas, que tengamos un abastecimiento de alimentos y que seamos autosuficientes27. El vivir dentro de nuestras posibilidades nos bendice más allá de esa obediencia; nos enseña gratitud, autodominio y generosidad; nos brinda paz de las presiones económicas y protección de la avaricia del materialismo. El mantener nuestras lámparas llenas significa que las circunstancias imprevistas no nos privan de oportunidades para declarar con devoción: “Heme aquí, envíame a mí”.

Los convenios que se renuevan dan energía y vigor al alma cansada. Cada domingo, cuando participamos de la Santa Cena, ¿qué sucede en nuestro corazón cuando escuchamos las palabras “y a recordarle siempre”?28. ¿Mejoramos a la semana siguiente, concentrándonos en lo que es más importante? Sí, afrontamos dificultades; sí, es pesado hacer cambios pero, ¿alguna vez se han preguntado cómo sobrevivieron nuestras hermanas al ser expulsadas de Nauvoo, muchas de ellas caminando toda la travesía?29. Cuando se les cansaban los pies, ¡sus convenios les infundían aliento! ¿Qué otra cosa podría brindar esa fortaleza espiritual y física?

Los convenios nos protegen también de ser “llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar, emplean con astucia las artimañas del error”30. Las mujeres del convenio permanecen firmes cuando a lo malo se le llama bueno, y a lo bueno malo31. Ya sea en las aulas de la universidad, en el trabajo, o al ver a los “expertos” más punteros de la televisión, recordar nuestros convenios impide que seamos engañadas.

Los convenios nos mantienen a nosotras y a nuestros seres queridos espiritualmente seguros y preparados al poner lo más importante en primer plano. Por ejemplo, en lo referente a las familias, no nos podemos permitir la indiferencia ni la distracción. La niñez está desapareciendo; muy pocos han conocido los días felices que yo conocí al criarme en una granja. El presidente Hinckley ha dicho: “Creo que nuestros problemas, casi cada uno de ellos, surgen en los hogares de la gente… Si va a haber un cambio… se debe comenzar en el hogar. Es allí donde se aprende la verdad, donde se cultiva la integridad, se inculca la autodisciplina y donde se nutre el amor”32.

Hermanas, el Señor necesita mujeres que enseñen a sus hijos a trabajar, a aprender, a servir y a creer. Ya sean los nuestros, o los de otra persona, debemos estar dispuestas a decir: “Heme aquí, envíame a mí a cuidar a tus pequeñitos, a ponerlos en primer lugar, a guiarlos y protegerlos de la maldad, a amarlos”.

Algunas veces nos enfrentamos con el dilema de guardar nuestros convenios cuando no parece haber una razón lógica para hacerlo. Escuché a una hermana soltera relatar su experiencia de “haber llegado a confiar plenamente en el Señor”. Su vida no era lo que ella había esperado. ¿Les resulta familiar? Ese período de introspección se distinguió por cambios de trabajo, nuevas presiones económicas, la influencia de filosofías mundanas… Ahora presten atención a lo que ella hizo. Al tratar con las otras hermanas del barrio, descubrió que ellas también buscaban la paz que brinda el Evangelio. Pidió que le dieran una bendición del sacerdocio; con valor cumplió su llamamiento; estudió y trató de dedicar más plenamente su amor, gratitud y convicción a Jesús. Ella oró. “Le supliqué al Señor”, contó, “y le dije que haría lo que Él me pidiera que hiciera”. Lo hizo a pesar de esas dificultades. ¿Y saben lo que ocurrió? No, su compañero eterno no se presentó a la puerta, sino que la paz llegó a su corazón y su vida mejoró.

Hermanas, guardamos nuestros convenios cuando compartimos la sabiduría de la vida para alentarnos mutuamente, cuando hacemos las visitas de maestras visitantes con compasión sincera, cuando le hacemos saber a una hermana más joven que su flamante punto de vista nos bendecirá en la Sociedad de Socorro… ¡Podemos hacer eso!

Cuando la joven Priscilla, la conversa británica de 1843, cruzó el Atlántico, una mujer de la edad de su madre le ofreció su amistad33. Esa hermana mayor también sentía el fuego de los convenios que había hecho. Al llegar al muelle de Nauvoo, ella estuvo al lado de Priscilla; juntas, audaces y optimistas, se unieron a los santos de Dios34.

La integridad espiritual para guardar nuestros convenios proviene de ser constantes en el estudio de las Escrituras, en la oración, el servicio y el sacrificio. Esos pasos sencillos nutren nuestras almas para que podamos decir: “Envíame a ayudar a una hermana y a su recién nacido; envíame a instruir a un alumno con dificultades; envíame a amar a una persona que no sea miembro de la Iglesia; envíame donde me necesites y cuando me necesites”.

El Señor nos ha llamado a hacer todo lo que hagamos con “santidad de corazón”35. Y la santidad es el resultado de vivir los convenios. Amo la letra de este himno y cómo me hace sentir:

Más santidad dame,

más consagración;

más paciencia dame,

más resignación,

más rica esperanza,

más abnegación,

más celo en servirte,

con más oración36.

La santidad da lugar a las palabras: “Heme aquí, envíame a mí”. Cuando Priscilla Staines hizo su convenio de medianoche en aquellas aguas heladas, dio un paso adelante, hacia una nueva vida, con la ropa casi congelada pero el corazón ardiendo de gozo: “No podía volver atrás”, dijo. “Me propuse obtener la recompensa de la vida eterna, confiando en Dios”37.

Presidente Hinckley, con las hermanas de la Sociedad de Socorro de todo el mundo, le reitero que permanecemos unidas como mujeres del convenio y que escuchamos su voz38. En multitud de diferentes idiomas, escuche las palabras de cada hermana de la Sociedad de Socorro, que dice: “Heme aquí, envíame a mí”.

Ruego que los convenios individuales que nos unen a nuestro amado Padre Celestial nos guíen, nos protejan, nos santifiquen y nos permitan hacer lo mismo por todos Sus hijos, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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Con santidad de corazón, En el Púlpito, accessed 16 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-4/chapter-49