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Dios me lo ha revelado

Reunión adyacente al aire libre por exceso de aforo durante la conferencia general anual

Manzana del Templo, Salt Lake City, Utah

5 de abril de 1908


Rachel H. Leatham

Rachel H. Leatham. Aproximadamente 1906. Leatham trabajó como guía del Centro de información de la Manzana del Templo hasta 1911, cuando contrajo matrimonio con James Jensen. Ellos vivieron en Bingham, Salt Lake City y Sandy, Utah, donde Leatham prestó servicio en la presidencia de varias organizaciones auxiliares a nivel de barrio y de estaca. (Fotografía en posesión de la familia. Por cortesía de Mary Austin Ungerman).

Cuando la exmisionera Rachel Hannah Leatham [Jensen] (1884–1979) habló ante las personas que se reunían al aire libre por el exceso de aforo durante la Conferencia General de la Iglesia del 5 de abril de 1908, se convirtió en la segunda mujer de la historia incluida en el informe oficial de la conferencia de la Iglesia1. Nacida y criada en Salt Lake City, de padre escocés y madre inglesa, Leatham se bautizó el día del undécimo aniversario del bautismo de su madre, el 3 de enero de 1893, y en el mismo lugar: la Manzana del Templo2. Leatham asistió a escuelas públicas de Salt Lake City, al Instituto Superior de Comercio de Salt Lake y a la Universidad de los Santos de los Últimos Días (actualmente Instituto Superior de Comercio SUD). A los dieciocho años trabajó en una empresa de comercio en Idaho Falls, Idaho, y luego regresó a Salt Lake City en busca de otras oportunidades de empleo3.

Leatham perteneció a la primera generación de mujeres solteras que sirvieron misiones de proselitismo para la Iglesia4. En septiembre de 1906, a los veintidós años de edad, se le asignó a servir en la Misión Colorado5. Trabajó principalmente en Denver y sus alrededores, repartiendo el tiempo entre sus deberes en la oficina de la misión y las actividades de proselitismo. En una carta al presidente de misión poco después de su llegada, informó de haber estado repartiendo folletos y haciendo visitas: “He tenido varias conversaciones muy buenas sobre el Evangelio, y la suerte de entrar en los hogares de las personas”6. Regresó a su casa en Salt Lake City el 19 de febrero de 19087.

A su regreso, Leatham se ofreció como guía voluntaria en el Centro de información de la Manzana del Templo, junto a más de cien “hermanos y hermanas aptos para ello”8. La oficina había abierto en 1902 bajo la dirección de un antiguo maestro de Leatham en el instituto, Benjamin Goddard, con la intención de proporcionar información precisa y distribuir literatura de la Iglesia a los visitantes9.

En las conferencias generales de aquella época, los que no podían entrar en el Tabernáculo de la Manzana del Templo por cuestiones de aforo eran conducidos a reuniones adyacentes en el cercano Salón de Asambleas10. Cuando en abril de 1908 se llenó el Salón de Asambleas, varios cientos de personas se congregaron en el césped que había cerca del edificio del Centro de información, donde se llevaron a cabo servicios a las 14:00 h. bajo la dirección de Goddard11. Después del discurso de Leatham, otra exmisionera de la misma misión, Martha M. Langenbucher, también habló12. Sus discursos se incluyeron en el informe oficial de la conferencia.

Mis hermanos y hermanas, sé que algunos comprenderán mis sentimientos al dirigirme a ustedes. Creo que soy una de las muchachas más felices de todo el mundo, y es el Evangelio lo que hace que me sienta así, porque yo sé que el Evangelio es verdadero. Yo sé que Dios, nuestro Padre, y Su hijo Jesucristo, descendieron y trajeron el Evangelio, y lo establecieron, y hablaron al profeta José Smith. Sé que Jesús es el Cristo y que José Smith es Su profeta. Siento que si pudiera vivir para siempre nunca podría agradecer lo suficiente a mi Padre Celestial las bendiciones que he recibido en mi vida, el privilegio de salir al mundo y compartir este testimonio, y darles a conocer que el Evangelio ha sido restaurado, que Cristo ha dado autoridad a Sus siervos, y las bendiciones que están reservadas para aquellos que escuchen y obedezcan las palabras de verdad, de vida y de salvación que brotan de los labios de los siervos de Dios que son enviados a predicar el Evangelio.

A veces pienso que nosotros, los jóvenes en casa, no somos del todo conscientes de las responsabilidades que descansan sobre nosotros. No siempre recordamos que quienes nos dirigen son mayores y que, cuando nuestros padres y madres se hayan ido, recaerá sobre nosotros la responsabilidad de asumir su trabajo; que somos los futuros responsables de Sion. ¿Estamos haciendo nuestra parte y preparándonos para ser capaces de hacer la obra que nuestros padres han hecho? ¿Estamos ordenando nuestra vida para que el Espíritu de Dios more en nosotros como ha morado en nuestros padres? ¿Nos damos cuenta de la magnitud de las bendiciones que Dios nos ha dado, y comprendemos las palabras de vida y salvación que se encuentran en las Escrituras y en Doctrina y Convenios? ¿Somos capaces de decir cuáles son las promesas que Dios nos ha hecho si guardamos Sus mandamientos?13. ¿Estamos familiarizados con el antiguo registro de los habitantes de este continente, el Libro de Mormón? ¿Estamos familiarizados con las grandes verdades que se nos enseñan en él y con los libros que nos enseñan las bellezas de la obra en la que estamos embarcados en la actualidad? Me temo que no somos suficientemente versados en los principios del Evangelio, y que no somos tan diligentes como deberíamos14.

Donde mucho se da, mucho se requiere, y cada uno de ustedes sabe cuánto se nos ha dado a nosotros y cuánto se requerirá de nuestras manos15. ¿Nos estamos preparando para estar a la altura? Vivamos de toda palabra que sale de la boca de Dios16. Vivamos de modo que Él siempre esté dispuesto a reconocernos como Suyos, a bendecirnos y a amarnos.

No quiero alargarme, pero deseo compartir mi testimonio una vez más. Quiero volver a decir que sé que el Evangelio es verdadero. No porque mi padre lo sepa, ni porque mi madre siempre me lo haya enseñado; yo sé que el Evangelio es verdadero porque Dios me lo ha revelado. Su Espíritu ha dado testimonio a mi espíritu, y ese testimonio es el don más preciado que Dios me ha dado17.

Que Dios nos bendiga a todos, lo pido en el nombre de Jesús. Amén.

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Dios me lo ha revelado, En el Púlpito, accessed 19 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-2/chapter-25