Introducción


Sarah Sturtevant Leavitt apenas podía expresar la profundidad de su convicción después de su bautismo como Santo de los Últimos Días en la década de 1830. “Tenía algo de importancia mayor que estaba metido como fuego en mis huesos”, escribió. La hermana Leavitt compartía su mensaje en las posadas de la ciudad, hablando con empeño a quienquiera que deseara escuchar. En una visita a una vecina enferma, habiendo un gran número de personas reunidas, la hermana Leavitt recordó: “El Señor me dotó de una gran facilidad de palabra, y yo oraba para recibir el Espíritu y entendimiento, y también que para Él fuera la gloria”1.

Desde los primeros días de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, mujeres y hombres han participado en el debate religioso, han compartido el mensaje del Evangelio con familiares y amigos, han dado testimonio y han discursado en reuniones. En los dos siglos que han pasado desde la fundación de la Iglesia, sus miembros han registrado los testimonios y las enseñanzas de miles de mujeres. Hoy en día es difícil acceder a muchos de esos registros, olvidados en viejos libros de actas y recónditos periódicos. En cambio era mucho más probable que, en los registros históricos, se preservaran las enseñanzas y la predicación pública de los hombres, particularmente de los líderes de la Iglesia, y que se publicaran para una amplia audiencia. Por esta y otras razones, las voces y experiencias de los hombres son sujeto de investigación académica así como de enseñanza y predicación en la actualidad en la Iglesia con mucha más frecuencia que las de las mujeres. No obstante, los registros disponibles demuestran claramente que las mujeres han contribuido a la devoción de los Santos de los Últimos Días por medio de sermones, discursos, oraciones, canciones y relatos.

Este volumen recoge la tradición de los discursos de las mujeres Santos de los Últimos Días en cincuenta y cuatro discursos pronunciados entre 1831 y 2016. Presentaciones y anotaciones proporcionan una perspectiva del contexto biográfico, histórico, teológico y cultural de cada discurso. Además de ser un historial académico, este libro proporciona un recurso para los miembros de la Iglesia que hoy en día estudian, discursan, enseñan y lideran.

Elizabeth Ann Whitney, Emmeline B. Wells y Eliza R. Snow.

Elizabeth Ann Whitney, Emmeline B. Wells y Eliza R. Snow. Aproximadamente 1876. La hermana Whitney (izquierda) y la hermana Snow (derecha) eran miembros de la Sociedad de Socorro de Nauvoo, y sirvieron juntas cuando se organizó la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro, en 1880. Emmeline B. Wells (centro) editaba la revista Woman’s Exponent, y trabajó como secretaria general y luego Presidenta General de la Sociedad de Socorro en años posteriores. Estas tres mujeres viajaban a menudo para discursar ante diferentes congregaciones. Fotografía por Charles R. Savage. (Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City).

“Esta es mi voz a todos”: Una historia de las mujeres mormonas y sus palabras en el contexto estadounidense

A principios de julio de 1830, Emma Hale Smith recibió una revelación por medio de su esposo, José Smith, sobre su posición y sus responsabilidades en la nueva Iglesia de Cristo. Registrada como la voz de Dios, la revelación (que actualmente se conoce como la sección 25 de Doctrina y Convenios) describía a Emma Smith como una “dama elegida”, y le daba el encargo de “explicar las Escrituras y… exhortar a la iglesia, de acuerdo con lo que te indique mi Espíritu”. Las responsabilidades eran importantes; en cuanto a exponer, a Emma se le dio por definición la tarea de “explicar, declarar el significado, disipar las tinieblas, interpretar”, mientras que, en cuanto a exhortar, ella había de “alentar, levantar el ánimo, aconsejar, estimular o infundir fortaleza, entusiasmo y coraje”2. La revelación contenía consejos específicos para la hermana Smith, pero su cometido de enseñar y predicar puede considerarse universal: “esta es mi voz a todos”, concluía3. Aunque no se conservan registros de su predicación pública en los aproximadamente doce años que siguieron a la revelación, Emma Smith trabajó junto a su esposo durante esos años para ministrar a los santos4.

En marzo de 1842, Emma Smith y un pequeño grupo de mujeres Santos de los Últimos Días trabajaron con José Smith para organizar la Sociedad de Socorro Femenina de Nauvoo. En ese órgano, ella desarrolló su elocuencia, promovió la unidad y enseñó a las mujeres que era su deber, como miembros de la Sociedad de Socorro, “buscar y dar alivio al afligido”5. En la primera reunión de la organización, José Smith leyó en voz alta la revelación de 1830 dirigida a Emma, explicando que, “en el momento en que se recibió la revelación, ella fue ordenada para exponer las Escrituras a todos, y para enseñar a las mujeres que formaban parte de la comunidad”. También declaró que “no solo ella, sino otras mujeres podían recibir las mismas bendiciones”6. En las reuniones de la Sociedad de Socorro de Nauvoo, las mujeres predicaban, debatían y se esforzaban “no solo para socorrer a los pobres, sino para salvar almas”, tal como les había encomendado José Smith7.

La Sociedad de Socorro se fundó en una época en que el hecho de que las mujeres hablaran y predicaran en las iglesias era un tema polémico, a pesar de que representaban la mayoría en la mayor parte de las iglesias cristianas en los Estados Unidos del siglo dieciocho y principios del siglo diecinueve. De hecho, muchas denominaciones cristianas de la época sostenían que las mujeres debían estar “calladas” en la iglesia8. El que las mujeres hablaran en contextos religiosos formales era motivo de agitados y ásperos debates, y aun así las mujeres hablaban9. En la década de 1630, en la colonia de la bahía de Massachusetts, Anne Hutchinson había enseñado a grupos de mujeres y hombres en su hogar, alentándoles a orar, a enseñar a sus hijos y a asistir a los servicios religiosos. “Las mujeres mayores debían instruir a las jóvenes”, escribió parafraseando el mandato del Nuevo Testamento10. Considerada peligrosa por sus enseñanzas y por otras razones, Hutchinson fue expulsada de la colonia.

En los dos siglos que pasaron entre la expulsión de Hutchinson y la revelación a Emma Smith, muchas iglesias llegaron a mostrarse más abiertas al hecho de que las mujeres hablasen en público. En el siglo dieciocho, el Gran Despertar y la Revolución de los Estados Unidos transformaron el panorama espiritual y político. Esa transformación brindó oportunidades para la enseñanza y la predicación por parte de las mujeres, en parte dando énfasis al liderazgo de personas corrientes y promoviendo la expresión personal. Desde aquel período de fervor religioso y evolución ideológica hasta los primeros años del siglo diecinueve, muchas iglesias que eran consideradas radicales —desde los cuáqueros y los metodistas hasta los tembladores y los bautistas del libre albedrío— daban a las mujeres oportunidades de hablar públicamente e incluso actuar como líderes religiosos11.

El Segundo Gran Despertar, a principios del siglo diecinueve, promovió los ideales de igualdad y democracia dentro de las organizaciones religiosas, llevando a más mujeres a predicar en las iglesias. Como muchas otras personas de fe, los Santos de los Últimos Días afirmaban la importancia de que los miembros corrientes se instruyeran los unos a los otros12. Tanto Lucy Mack Smith como Elizabeth Ann Whitney, cuyas palabras se recogen en este libro, demostraron este tipo de expresión religiosa al poner voz improvisada a su fe13. No obstante, después del Segundo Gran Despertar algunas iglesias volvieron a hacer hincapié en la autoridad de los varones, y redujeron las oportunidades de las mujeres para predicar14. El metodismo estadounidense, por ejemplo, admitió mujeres predicadoras a finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve, pero luego volvió a un sistema en el que principalmente predicaban los varones15.

A principios y mediados del siglo diecinueve, las mujeres que discursaban ante audiencias mixtas a menudo generaban suspicacias y hostilidad en la cultura popular. Como tales, muchas mujeres religiosas, incluso Santos de los Últimos Días, hablaban principalmente en reuniones de mujeres. La Sociedad de Socorro proporcionó un púlpito institucional a las mujeres Santos de los Últimos Días entre 1842 y 1844, pero se disolvió antes de que los Santos de los Últimos Días emigraran al oeste de los Estados Unidos. Pequeños grupos informales de mujeres se reunían a menudo mientras cruzaban las planicies y durante los primeros días en el Valle del Lago Salado, conversando y experimentando juntas manifestaciones espirituales16. El ejercicio de los dones espirituales era una parte importante del discurso público de muchas de las primeras mujeres mormonas, las cuales hablaban en lenguas, daban bendiciones de salud o consuelo y relataban sueños, visiones y revelaciones17. Tras efímeros intentos por restablecer sociedades de socorro locales en la década de 1850, la Sociedad de Socorro se reorganizó definitivamente a nivel de congregación a finales de la década de 186018, seguida en la década posterior por las organizaciones dirigidas por mujeres y diseñadas para las mujeres jóvenes (Asociación de Mejoramiento Mutuo de Damas Jóvenes, más adelante conocida como las Mujeres Jóvenes), y para los niños (Primaria). A finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, esas organizaciones —junto con otros grupos que promovían el sufragio, la producción de seda, la salud de las mujeres y otras causas— proporcionaron más puntos de reunión en los que las mujeres Santos de los Últimos Días podían hablar. Líderes como Eliza R. Snow, Zina D. H. Young y Mary Isabella Horne viajaban a los barrios y capacitaban a las mujeres para que gestionaran las organizaciones locales19, y en 1889 la Sociedad de Socorro comenzó a llevar a cabo conferencias semestrales, donde las líderes generales capacitaban y predicaban a miembros y líderes de las sociedades locales20. La mayoría de los discursos que se recogen en este libro fueron pronunciados en reuniones de organizaciones oficiales de mujeres de la Iglesia.

La creación de organizaciones seculares de mujeres en los Estados Unidos del siglo diecinueve dio a las mujeres acceso a atriles laicos aparte de los púlpitos de los que disponían en sus iglesias. A través de asociaciones de caridad, las mujeres promovían la reforma social y moral21. Por ejemplo, a partir de la década de 1820 Catharine Beecher abrió un seminario para mujeres, preparó demandas y llevó a cabo reuniones públicas para protestar por la expulsión de los indígenas americanos de sus tierras tradicionales en el este de los Estados Unidos. Las cuáqueras Sarah y Angelica Grimké adquirieron experiencia en oratoria en las reuniones de la iglesia, y luego promovieron la abolición en circuitos de conferencias en la década de 183022. Las hermanas Grimké y otras mujeres aprovecharon sus oportunidades de hablar en público para impulsar el desarrollo del movimiento por los derechos de las mujeres23.

Como las mujeres de otros lugares de los Estados Unidos, las mujeres Santos de los Últimos Días reclamaban un papel en el proceso político. Debido en parte al rechazo que generaba en la sociedad la práctica del matrimonio plural, los escritores de la época a menudo ridiculizaban a las mujeres Santos de los Últimos Días tachándolas de débiles y sin discernimiento; de ahí la particular motivación de las mujeres mormonas por demostrar su elocuencia y su fortaleza, lo cual hacían en “asambleas” en las que defendían su fe y reclamaban su derecho al voto24. También participaban activamente en grupos nacionales de mujeres, y para finales del siglo diecinueve eran oradoras habituales en las conferencias de organizaciones de mujeres; varios de esos discursos se incluyen en este volumen25.

El que las mujeres discursaran ante audiencias mixtas llegó a ser gradualmente más habitual, tanto en las reuniones de los Santos de los Últimos Días como en otros movimientos religiosos y sociales. En el siglo diecinueve, las mujeres mormonas hablaban en reuniones en las que los miembros de la Iglesia se congregaban al tiempo que ayunaban para compartir testimonios improvisados. Con excepción de esas reuniones, las mujeres rara vez hablaron en reuniones sacramentales durante el siglo diecinueve; los hombres con llamamientos de liderazgo eran los principales oradores, y la asistencia a esas reuniones en ocasiones era esporádica26. Desde los primeros días de la Iglesia, las mujeres hablaban en pequeñas reuniones, reuniones de oración y otros encuentros informales27. En 1896, las líderes generales de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Damas Jóvenes comenzaron a llevar a cabo reuniones anuales de capacitación con sus homólogos de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de los Hombres Jóvenes, en las que tanto hombres como mujeres capacitaban a líderes de ambos sexos28. En 1898 llegaron oportunidades adicionales, cuando por primera vez se llamó a hermanas misioneras y estas comenzaron a predicar públicamente en nombre de la Iglesia29.

El siglo veinte fue testigo de una expansión general de la participación de las mujeres en la vida pública de muchas denominaciones, tanto en los Estados Unidos como por todo el mundo, e incluso de la ordenación de mujeres por parte de los metodistas unidos, los presbiterianos, los judíos reformistas y otros30. Mujeres católicas, evangélicas y judías laicas a menudo hablaban en grupos de mujeres, grupos de apoyo y hogares de mujeres, más que en un púlpito formal31. Las mujeres Santos de los Últimos Días en el siglo veinte predicaban y enseñaban en pequeños grupos solo de mujeres, como habían hecho sus hermanas en el siglo diecinueve: en reuniones semanales de la Sociedad de Socorro, la Escuela Dominical y organizaciones de la Primaria y las Mujeres Jóvenes32. Pero a principios del siglo veinte, misioneros de ambos sexos y representantes de las organizaciones auxiliares, incluso la Sociedad de Socorro y las Mujeres Jóvenes, organizaban y participaban de vez en cuando en las reuniones sacramentales de sus congregaciones, que proveían más oportunidades para que las mujeres se dirigieran a audiencias compuestas por mujeres y hombres33. No obstante, el Manual de instrucciones de la Iglesia en 1944 ponía fin a las reuniones sacramentales programadas por organizaciones auxiliares, especificando que “la reunión sacramental debe ser como una reunión familiar donde en los ejercicios puedan participar tantas personas como sea posible y todos adoren en amor, reverencia y hermandad”34.

Aun así, las oportunidades de las mujeres Santos de los Últimos Días para hablar en las reuniones de la Iglesia tanto de hombres como de mujeres a todos los niveles eclesiásticos han aumentado en número y visibilidad con el tiempo. Los mormones creen que los miembros deben aprender los unos de los otros, y que cualquier mujer puede iluminar a quienes la rodean. En el siglo veinte, las líderes hablaban a nivel de toda la Iglesia en las conferencias de junio de la Asociación de Mejoramiento Mutuo, conferencias generales de la Sociedad de Socorro, conferencias de la Primaria y conferencias de la Escuela Dominical35. Cuando dejaron de celebrarse las conferencias generales de las organizaciones auxiliares en 1975, las charlas fogoneras se convirtieron en encuentros populares en los que las mujeres podían discursar36. Por ejemplo, la Sociedad de Socorro celebró una charla fogonera a nivel de toda la Iglesia en 1978, y la organización de las Mujeres Jóvenes patrocinó una en 198037. Los devocionales semanales de la Universidad Brigham Young —conferencias religiosas que buscaban unir y fortalecer al alumnado— comenzaron a finales del siglo diecinueve. Rose Marie Reid fue la primera mujer que habló en un devocional de BYU, en julio de 195338. En 1976, la universidad comenzó a acoger una conferencia anual para mujeres, en la que las mujeres se reunían tanto para enseñar como para ser enseñadas39.

Las mujeres comenzaron a hablar sistemáticamente en las conferencias generales semestrales de la Iglesia en la década de 198040, en torno a la misma época en que la Sociedad de Socorro retomó la celebración de la reunión general anual para todos sus miembros41. Poco después se invitó a las mujeres jóvenes de doce años en adelante a unirse a ellas en la reunión general de mujeres42, y las niñas de la Primaria de diez años en adelante comenzaron a asistir a esa reunión en 1983. Esta reunión continuó celebrándose hasta el otoño de 1993, cuando la Sociedad de Socorro comenzó a celebrar una reunión general anual para mujeres adultas; la organización de las Mujeres Jóvenes comenzó a celebrar su propia reunión anual a partir de la primavera siguiente43. En 2014, la Sociedad de Socorro y las Mujeres Jóvenes discontinuaron sus reuniones individuales, y todas las niñas y las mujeres de ocho años en adelante comenzaron a reunirse de nuevo en una reunión general de mujeres el sábado anterior a la conferencia general44. Más tarde ese mismo año, los líderes de la Iglesia designaron oficialmente esa reunión como la Sesión General de Mujeres, y anunciaron que se consideraría la sesión de apertura de la conferencia general. Normalmente, las oradoras en la Sesión General de Mujeres son miembros de las presidencias generales de las organizaciones de la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes o la Primaria, junto con un miembro de la Primera Presidencia45.

Multitud en la Conferencia para Mujeres

Conferencia de la Universidad Brigham Young para Mujeres, 2016. El Centro Marriott acoge sesiones plenarias de la Conferencia de BYU para Mujeres, que comenzó en 1976. La imagen de Sandra Rogers, vicepresidenta internacional de BYU, aparece en la gran pantalla. Fotografía por Maddi Driggs. (Por cortesía de Daily Universe [Provo, UT]).

“Tenga algo que decir”: Superando trabas y hablando con autoridad

A pesar de la tradición de discursos de las mujeres mormonas, muchas mujeres Santos de los Últimos Días han sido reticentes a hablar o predicar en público por diversas razones, tanto culturales como personales. Incluso Zina D. H. Young, que más adelante llegó a ser una prominente líder y una afamada oradora, vacilaba al principio ante la idea de dirigirse a una audiencia. “No estoy acostumbrada a hablar en público”, dijo la hermana Young cuando comenzó en 1869 su discurso a la Sociedad de Socorro de Lehi, “pero me complace ver los rostros de mis hermanas”46. Muchos de los primeros Santos de los Últimos Días conversos provenían de tradiciones religiosas que disuadían a las mujeres de hablar en contextos religiosos formales. Los extensos debates culturales del siglo diecinueve sobre la pertinencia de que las mujeres hablasen en público, particularmente delante de audiencias compuestas tanto por hombres como por mujeres, contribuyeron también a la reticencia de las mujeres a hablar en el púlpito.

Para contrarrestar esta reticencia, los líderes de la Iglesia (tanto hombres como mujeres) han alentado a las mujeres a hablar y participar en las reuniones de la Iglesia. En 1879, Eliza R. Snow, que llegó a ser Presidenta General de la Sociedad de Socorro al año siguiente, dijo a las mujeres de Morgan, Utah, que “era necesario que las hermanas se levantaran y hablaran, y que compartieran su testimonio las unas con las otras, lo cual las habilitaría para ocupar con dignidad y compostura cualquier puesto que pudieran ser llamadas a ocupar”47. Una década más tarde, el apóstol Franklin D. Richards habló a la Sociedad de Socorro de la Estaca Weber instando a las mujeres a participar en labores públicas, aun a pesar de la timidez o del temor a parecer presuntuosas. También habló en contra de las influencias que contribuían a que las mujeres se sintieran inseguras en cuanto a sus esfuerzos, reprendiendo a los hombres que se mofaban de las mujeres que discursaban o que veían con celos la labor social de estas. “Creo que, al ponerles trabas, los hermanos se privan de bendiciones para sí mismos”, dijo48.

Eliza R. Snow también instruyó a las mujeres para que estuvieran preparadas cuando recibieran asignaciones u oportunidades de discursar. Emily Richards recordaba el modo en que la hermana Snow la ayudó a aprender a discursar en público: “La primera vez que [ella] me pidió que hablara en una reunión no pude hacerlo, y me dijo: ‘No importa; pero cuando vuelvan a pedirle que hable, inténtelo y tenga algo que decir’, y así lo hice”49. Años más tarde, la hermana Richards habló en una reunión de la Asociación Nacional de Sufragio Femenino en Washington D.C., y un periodista la describió en aquella ocasión como “ligeramente temblorosa bajo la escrutadora mirada de la multitud, y aun así reservada, dueña de sí misma, solemne y tan pura y dulce como un ángel”50. De la exhortación de la hermana Snow se hicieron eco más adelante los líderes de la Iglesia que, del mismo modo, alentaron a las mujeres a aumentar su participación pública. En una reunión de conferencia de la Sociedad de Socorro para oficiales en 1958, Joseph Fielding Smith, miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló de la autoridad de las mujeres para dar testimonio y llevar a cabo la obra necesaria para la salvación: “Pueden hablar con autoridad, porque el Señor les ha otorgado autoridad”, proclamó51.

Las mujeres a lo largo de la historia de la Iglesia, incluso aquellas cuyas palabras aparecen en este libro, han visto que su autoridad para discursar proviene no solo de sus puestos oficiales dentro de la Iglesia, sino también en virtud de su conocimiento, de su experiencia y su convicción personal, y del testimonio del Espíritu Santo. Con frecuencia, diversas fuentes de autoridad, entretejidas, ratifican su fortaleza común.

Un discurso de Lucy Mack Smith en este libro ejemplifica estas fuentes entrelazadas de autoridad. Ella habló en abril de 1831 en la cubierta de un buque de vapor en la desembocadura del puerto de Buffalo, sobre el congelado canal Erie. Antes de embarcar rumbo a Kirtland, Ohio, la compañía de santos procedentes de Fayette, Nueva York, le habían dado a ella el liderazgo sobre el grupo. Cuando llegaron a Buffalo, el hielo hizo que les fuera imposible continuar. Otras personas habían esperado semanas el deshielo que les permitiría atravesar el lago Erie. Aunque la hermana Smith no tenía un llamamiento formal en la joven Iglesia, su posición como madre del profeta fundador José Smith respaldaba su autoridad para dirigir y predicar. Con la autoridad de su fe, la hermana Smith proclamó: “Hermanos y hermanas, si todos ustedes elevan sus deseos al cielo para que el hielo se quiebre y podamos liberarnos, tan cierto como vive el Señor, será hecho”. Cuando documentó este incidente en la década de 1840, la hermana Smith relató que, inmediatamente después de su discurso, el hielo se resquebrajó y se partió, creando un estrecho sendero para que el bote pudiera cruzar52.

Con los cargos oficiales, las mujeres reciben autoridad explícita en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días53. Cuando Elaine L. Jack se dirigió a los alumnos, el profesorado, la administración y el personal de la Universidad Brigham Young en 1993, lo hizo como Presidenta General de la Sociedad de Socorro. Antes de su servicio en ese cargo, había trabajado durante doce años supervisando los cursos de estudio de la Sociedad de Socorro, y había servido como miembro de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes. Ella se había concentrado en los aspectos del desarrollo humano, y había tenido la responsabilidad de ayudar a las mujeres a florecer de la adolescencia a la edad adulta. Con la autoridad de su cargo, ella interpretó relatos de personajes de las Escrituras. Comparó su perspectiva privilegiada con la de Moisés, cuando dijo: “Mis queridos hermanos y hermanas; como Moisés, aquí estoy yo viendo cómo ustedes, los jóvenes adultos de la Iglesia, se preparan para entrar en muchas tierras de promisión. Esta noche repito las palabras de Moisés y les pido que escojan la vida”54.

Muchas mujeres que hablan en estas páginas lo hacen con la autoridad que les confiere la experiencia y la convicción personal. Jane H. Neyman discursó con ese tipo de autoridad en una reunión de la Sociedad de Socorro en 1869. Su solicitud inicial para unirse a la Sociedad de Socorro de Nauvoo fue rechazada en 1842 por causa del chismorreo público en cuanto a sus hijas. En 1869, seis meses después de concluir un ciclo como presidenta de la Sociedad de Socorro de su barrio, ella instó “a todas a ser pacientes y a estar dispuestas a perdonar; a abstenernos todo lo posible de escrutar la conducta de nuestro prójimo, y siempre recordar que somos humanos, por lo que cometeremos errores”. Habló como alguien que había sido víctima del escrutinio público y había perdonado el ostracismo al que le sometieron los miembros de la Iglesia, y permaneció del lado tanto de la Iglesia como de la Sociedad de Socorro55.

Más de un siglo después, Irina Kratzer, una conversa a la Iglesia que provenía de Rusia, habló del mismo modo con la autoridad de la convicción personal. Ella dijo: “Sé lo que es vivir sin el Evangelio. Yo viví así treinta años”. La hermana Kratzer dijo que antes de conocer la Iglesia no pensaba en Dios, pero sentía dolor a causa de sus malas decisiones. Más tarde llegó a confiar en que ese dolor había sido la luz de Cristo, que la guiaba para poder distinguir entre el bien y el mal. Al leer el Libro de Mormón comenzó a ver el abismo que había entre las enseñanzas de Cristo y su forma de vida; sintió que esa discrepancia era la razón de su sufrimiento, y quiso cambiar. Desde esa perspectiva ella declaró entender la manera de vivir y de alcanzar la felicidad: “He aprendido que casi cada milagro que he experimentado desde mi bautismo ha sido fruto de la oración y el esfuerzo. Dios requiere esfuerzo y fe de nuestra parte”56.

Por último, los Santos de los Últimos Días creen que el Espíritu Santo inspira a los discursantes a tratar temas de importancia divina, y confirma a quienes escuchan la autoridad de un discursante que predica con inspiración genuina. Cuando era Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles, Russell M. Nelson hizo hincapié en que hablar con inspiración no es algo exclusivo de los líderes: “Mis queridas hermanas, sea cual sea su llamamiento, sin importar sus circunstancias, necesitamos sus impresiones, sus reflexiones y su inspiración… Casadas o solteras, ustedes, hermanas, poseen capacidades singulares y una intuición especial que han recibido como dones de Dios”57. Independientemente de su posición en la Iglesia, los miembros por lo general sienten la obligación de tratar de hablar en armonía con el Espíritu Santo. Por ejemplo, Carol F. McConkie, Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes, oró y estudió a fin de prepararse para su discurso en la conferencia general, y supo de lo que deseaba hablar. Pero cuando su esposo, Oscar, le preguntó sobre su tema, se dio cuenta de que le estaba contando algo diferente a lo que había preparado. Ella cambió su discurso durante las siguientes semanas, luchando, orando, ayunando y escribiendo. Recordaba claramente que se arrodilló a orar para preguntarle a Dios si ese discurso era el correcto: “El corazón, la mente y todo mi ser fueron llenos de absoluta certeza, y de una paz que me dio la confianza para enviar el discurso”, dijo. Los discursos que precedieron al suyo en la sesión del domingo por la mañana de la conferencia general estuvieron tan relacionados con el suyo que se convenció de que Dios había dirigido sus esfuerzos. “Supe”, dijo, “que las palabras del discurso que había escrito venían de Dios”58.

A lo largo de la historia de la Iglesia , las mujeres Santos de los Últimos Días han procurado cumplir con el revelador encargo de “explicar las escrituras y exhortar a la iglesia”: dar voz al “fuego en [los] huesos” que describió Sarah Sturtevant Leavitt59. En la conferencia general de octubre de 2015, el entonces apóstol Russell M. Nelson declaró: “¡El reino de Dios no está completo, ni puede estarlo, sin las mujeres que hacen convenios sagrados y los guardan; mujeres que pueden hablar con el poder y la autoridad de Dios!… Necesitamos que hablen sin reservas”60. Los discursos de este libro permiten a los lectores escuchar las voces históricas y contemporáneas de mujeres que han hablado sin reservas. Sus palabras son una evidencia de que el testimonio de cada persona fortalece al conjunto, como describió la que fuera Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Julie B. Beck: “El verdadero poder de esta gran hermandad mundial radica dentro de cada mujer”, dijo. “[Todas] compartimos un noble legado y podemos cultivar una fe comparable a la de las extraordinarias y fieles mujeres que nos antecedieron”61.

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Introducción, En el Púlpito, accessed 19 de marzo de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/introductory/introduction