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El poder de la oración

Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes del Barrio Once de Salt Lake City

Salt Lake City, Territorio de Utah

1 de febrero de 1882


En 1882, Ellenor Georgina Reed Jones (1832–1922) enseñó a las jovencitas del Barrio Once de Salt Lake City en cuanto al poder de la oración. De su vida personal no se sabe mucho. Nació en Nashville, Tennessee, y en 1850 vivía en Cincinnati, Ohio1. Para 1860 se había casado con Berry Jones y se habían trasladado a San Mateo, California, donde tuvieron tres hijos2. Después de la muerte de Berry, en 1863, Ellenor Jones contrajo matrimonio con Hugh Jones en 1865, en San Francisco3. Después de tener dos hijos se separaron, y Hugh murió en 18934. Ella viajó mucho entre California y Utah desde 1870 hasta la década de 1890; en un directorio de la ciudad de San Francisco de 1873 aparecía como viuda5. Murió en Redding, California, en 19226.

Nacida en una familia multirracial y criada en el Sur en pleno auge de la esclavitud y de la hostilidad hacia los ciudadanos negros libres, probablemente la hermana Jones fuera objeto de prejuicios raciales. Hay registros de censos que indican que su madre, Mary Jones, nació en Kentucky, y que el esposo de Mary, Thomas Jones, de Virginia, era de “raza negra”. Ellenor Jones, su madre y sus hermanos y hermanas —que habían nacido en Misisipí, Ohio y Tennessee— aparecen en el censo como “mulatos”7. Posteriormente, en Utah y California, la hermana Jones fue registrada en el censo como de “raza blanca”. En los registros mormones y los de Utah no se hacen mención alguna de la herencia multirracial de la hermana Jones, lo cual es particularmente significativo en una época de guerra civil, disturbios raciales y prohibición por parte de la Iglesia de la ordenación al sacerdocio de hombres de color y de la admisión de hombres y mujeres de raza negra en el templo8.

El rastro que dejó la hermana Jones en los registros históricos indica que fue una fiel Santo de los Últimos Días. Ella y su familia conocieron la Iglesia en Tennessee en la década de 1840. Su hermana mayor, Margaret, se bautizó en 1842, y Ellenor la siguió en 1844. La hermana Jones fue investida en la Casa de Investiduras de Salt Lake City en 1869, y vivió en el Barrio Once9. En 1875 mantuvo correspondencia con Brigham Young con la esperanza de charlar con él antes de regresar de nuevo a California. En una reunión de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes (YLMIA, por sus siglas en inglés) ella habló de cómo era vivir en California entre personas de otras religiones10. Sus cuatro hijos vivos aparecían en informes de barrio, y sus hijos y ella donaron dinero para la construcción del Templo de Salt Lake en 189211. En las décadas de 1880 y 1890, cuando la adoración en el templo les era negada a las personas de ascendencia africana, la hermana Jones y miembros de su familia llevaron a cabo la obra del templo por sus familiares en el Templo de Logan12.

La hermana Jones escribió un artículo para el periódico manuscrito Improvement Star13 de la YLMIA de su barrio. Varias organizaciones de barrio producían periódicos manuscritos, los cuales eran diseñados, editados y manuscritos —a menudo por distintas personas en cada ejemplar— y luego se leían en voz alta y se analizaban. En las reuniones semanales de la YLMIA del Barrio Once, las jovencitas y sus líderes leían lecciones, discursos y editoriales de Improvement Star y Juvenile Instructor, así como capítulos de las Escrituras14. Mary Ann Freeze, presidenta de la YLMIA, animaba a las jóvenes que asistían a escribir para el periódico y también a leerlo15. Este artículo se leyó en una reunión de la YLMIA y posteriormente se publicó en el periódico Woman’s Exponent, el 1 de febrero de 1882. Mientras que el discurso de la hermana Jones no proporciona información biográfica, lo que enseña sobre el principio de la oración sugiere que tenía una relación de confianza con Dios y una profunda conexión con lo divino en un mundo incierto.

La oración es la llave que abrirá las compuertas del conocimiento16.

Es la roca fundamental de la vida de todo cristiano, y podemos decir sin temor a equivocarnos que, sin conocimiento, nadie puede alcanzar una posición de utilidad en el Reino de Dios.

Sabemos que nuestro Salvador, a quien todos deberíamos elegir como nuestro modelo a seguir, oraba con frecuencia; y en el Evangelio según San Lucas, capítulo 22, versículos 39 y 40, después de haber administrado la última cena a Sus apóstoles, leemos: “Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Y cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad para que no entréis en tentación”17.

De estas pocas palabras de nuestro Salvador aprendemos que la oración también es una salvaguardia que nos refrenará de hacer lo malo en la hora de tentación.

Por medio de la oración, nuestra fe se fortalece, nuestra capacidad de comprensión aumenta y recibimos poder para discernir el bien del mal.

Por medio de la oración somos guiados a buscar la verdad y aprendemos a amar y a guardar las leyes de rectitud que se establecen en Su Iglesia y reino, y mediante las cuales podemos ser llevados de regreso a la santa y divina presencia de nuestro Dios.

Por medio de la oración, las ventanas de los cielos se abren, y se derraman bendiciones sobre nuestra cabeza y sobre aquellos a los que amamos y por quienes oramos18.

Por medio de la oración, las tinieblas que durante siglos se habían cernido sobre la tierra se disiparon, y la luz de la verdad sempiterna resplandeció; porque fue mientras José Smith —por entonces apenas un muchacho— estaba orando a Dios para saber cuál de todas las doctrinas que había oído predicar era verdadera que la verdad fue revelada, para que quienes vivían en los días de José el Profeta conocieran la verdad, así como las generaciones por venir.

Si leen la Biblia, el Libro de Mormón y otros buenos libros, aprenderán que todas las personas buenas y grandes fueron aquellas que oraban a Dios, porque esa es la única manera de llegar a ser bueno y grande. Mis jóvenes amigas, es bueno que, mientras recorren esta travesía de la vida, recuerden que no hay prisión tan oscura, ni hoyo tan profundo, ni extensión de envergadura tal, que el Espíritu de Dios no pueda penetrar; y cuando todos los demás privilegios nos son negados, podemos orar y Dios nos escuchará19. Esto nadie nos lo puede quitar. Pero recuerden que es un don sumamente valioso, es algo que se debe cultivar; y cuando la voz suave y apacible susurre: “vayan y oren”, ustedes deben obedecer, porque no hacerlo contrista al Espíritu, y con el tiempo la voz se apaga.

Si en algún momento sienten el peso abrumador de la decepción o la pena, recuerden que aunque sus oraciones apenas sean como los gemidos del más frágil de los bebés, Dios, que es más amoroso que la más tierna de las madres, les oirá y responderá20. Pero no podemos decir que responderá siempre según los deseos de su mente; sin embargo, en Su gran sabiduría, Él ve y sabe lo que es mejor para ustedes, y responderá conforme a Su sabiduría.

A los jóvenes diremos: Sean dedicados a la oración; pidan a Dios que inspire su corazón con aspiraciones nobles y les ayude a llegar a ser buenos y grandes en Su Iglesia y reino. Y que cuando lleguen al final de su vida puedan hallar ese espíritu de paz que había en nuestro Señor cuando se apareció a Sus discípulos después de Su resurrección, y pronunció esas dulces palabras: “Paz a vosotros”21.

Que Dios les dé Su Espíritu para que puedan buscarlo a Él, es mi ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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El poder de la oración, En el Púlpito, accessed 23 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-2/chapter-19