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¿Dónde está su confianza en Dios?

Concentración de santos emigrantes en el lago Erie

Buffalo, Nueva York

Mayo de 1831


Lucy Mack Smith (1775–1856) era madre de José y Hyrum Smith y de otros nueve hijos, y fue una persona de influencia en los primeros años de la Iglesia. Su hijo William Smith recordaba: “Mi madre, que era una mujer muy piadosa y preocupada por el bienestar de sus hijos tanto aquí como en el más allá, hacía uso de todos los medios que el amor de una madre pudiera sugerir para tenernos ocupados en la búsqueda de la salvación de nuestra alma o, como se decía entonces, ‘en recibir religión’”1. En su propia búsqueda de religión, Smith estudiaba la Biblia, oraba, analizaba sueños y visiones y asistía a reuniones que fomentaban el sentimiento religioso patrocinados por diversas denominaciones2. Se bautizó como Santo de los Últimos Días poco después de que su hijo José organizara la Iglesia de Cristo, el 6 de abril de 18303.

A principios de mayo de 1831, Smith formó parte de una compañía de unos ochenta miembros de la Iglesia procedentes de la región de Fayette, Nueva York, que viajaron para unirse a un grupo más numeroso de Santos de los Últimos Días en Kirtland, Ohio. Ellos esperaban que el cálido clima primaveral les permitiera viajar de Nueva York a Ohio por vía fluvial más bien que por tierra4. Según el relato que dio ella del viaje más tarde, tanto Solomon Humphrey, el miembro de mayor edad de la Iglesia en aquel momento, como Hiram Page, uno de los Ocho Testigos del Libro de Mormón, se negaron a aceptar el liderazgo del grupo, cediéndoselo en su lugar a Smith. Más adelante su historia registra que toda la congregación estuvo de acuerdo: “‘Sí’, respondieron todos al unísono, ‘tal como diga Mamá Smith, así lo haremos’”. Smith recuerda que, antes de partir, “los reuní a todos. ‘Bueno’, dije, ‘hermanos y hermanas, hemos partido tal como hizo el padre Lehi para viajar por mandato del Señor a una tierra que el Señor nos mostrará si somos fieles, y quiero que todos sean solemnes y eleven constantemente su corazón en oración a Dios a fin de que seamos prosperados”. Mientras viajaban por los canales Cayuga-Seneca y Erie, según recordaba Smith, ella dirigía los himnos y las oraciones de la compañía, y se encargaba de parte de las finanzas, la comida y el alojamiento5.

El viaje estuvo lejos de ser ideal: El clima adverso, la desconfianza por parte de los pobladores locales, la falta de provisiones y de preparación de los viajeros y los niños revoltosos crearon tensiones dentro del grupo. Cinco días después de su salida, el grupo de Fayette llegó a Buffalo, donde se reunió con otros santos procedentes de Colesville, Nueva York, que llevaban una semana esperando que se rompiera el hielo en Buffalo Harbor para que pudieran pasar los barcos6. Según Smith, el grupo de Colesville instó a la compañía de Fayette a esperar con discreción que cambiara el tiempo sin desvelar su identidad religiosa a la población local, lo cual podría generar prejuicios que les impedirían obtener alojamiento y transporte en el lugar. En lugar de eso, Smith subió a la cubierta del barco donde se hallaba su compañía y proclamó abiertamente sus creencias mormonas para congregar a la gente de la ciudad.

Después de dar testimonio a quienes escuchaban, Smith observó en el barco lo que consideró un comportamiento inapropiado entre los santos, incluso discusiones, quejas y coqueteos, y le preocupó que el ver una conducta alborotada minara su anterior testimonio público, por lo que se volvió para hablar a los santos tal como se registra en el discurso que aquí se recoge. Justo cuando terminó de hablar, relató ella, “se escuchó un ruido atronador y el capitán exclamó: ‘¡Todos a sus puestos!’; entonces el hielo se partió dejando apenas espacio para que el barco pudiera pasar”7. Cruzaron rápido y sin incidentes a Fairport Harbor, en Ohio, unos veinte kilómetros (doce millas) al noreste de Kirtland, y llegaron alrededor del 11 de mayo de 18318. Lucy Mack Smith registró esta exhortación con sus propias palabras unos trece años más tarde, y es una muestra de la autoridad que ella ejercía como “Mamá Smith”, una respetada matriarca de la Iglesia.

“Hermanos y hermanas”, dije, “nos hacemos llamar Santos de los Últimos Días y profesamos haber salido de entre el mundo con el propósito de servir a Dios y la determinación de hacerlo con todo nuestro poder, mente y fuerza, a costa de todas las cosas de esta tierra, ¿y comenzarán a quejarse y a murmurar como los hijos de Israel al primer sacrificio que tengan que hacer de su comodidad? O peor aún, ya que aquí están mis hermanas ¡preocupadas porque no tienen sus mecedoras!9. Y, hermanos, de ustedes yo esperaba ayuda, y buscaba algo de firmeza; sin embargo se quejan porque han dejado una buena casa y porque ahora no tienen un hogar al que ir, y no saben si lo tendrán cuando lleguen al final de su viaje; y encima, ustedes no saben si morirán de hambre antes de haber salido de Buffalo. ¿Quién en esta compañía ha pasado hambre? ¿A quién le ha faltado algo para sentirse cómodo, tanto como lo permiten nuestras circunstancias? ¿No he puesto yo cada día comida ante ustedes y los he recibido a todos como a mis propios hijos, para que a quienes no habían provisto para sí mismos no les faltase nada?10.

“Y aun cuando no hubiera sido así, ¿dónde está su fe?11. ¿Dónde está su confianza en Dios? ¿Saben que todas las cosas están en Sus manos? Él creó todas las cosas y todavía rige sobre ellas, y qué fácil sería para Dios que el camino se abriera ante nosotros si tan solo cada santo aquí elevara sus deseos a Él en oración. Cuán fácil sería para Dios hacer que el hielo se partiera y pudiéramos proseguir nuestro viaje en un instante; pero, ¿cómo esperan que el Señor los prospere si están constantemente murmurando contra Él?”.

En ese momento un hombre exclamó desde la orilla del agua: “¿Es verdadero el Libro de Mormón?”. “Ese libro”, dije yo, “fue sacado a la luz por el poder de Dios y traducido por ese mismo poder. Y si pudiera hacer que mi voz sonara tan alto como la trompeta de Miguel el Arcángel, declararía la verdad de tierra en tierra y de mar en mar, y resonaría de isla en isla hasta que no hubiese ni uno solo de toda la familia del hombre que quedase sin excusa. Porque todos deben oír la verdad del evangelio del Hijo de Dios, y yo la haría resonar en cada oído, que Él se ha vuelto a revelar al hombre en estos últimos días, y ha extendido Su mano para congregar a Su pueblo sobre una buena tierra y, si le temen y andan en rectitud ante Él, será para ellos por herencia; pero si se rebelan contra Su ley, Su mano será contra ellos, para dispersarlos y barrerlos de sobre la faz de la tierra. Porque Dios se dispone a efectuar una obra sobre la tierra, y el hombre no puede impedir una obra que es para la salvación de todos los que crean plenamente en ella, sí, todos los que recurran a Él; y para todos los que se hallan aquí en este día será un salvador de vida para vida, o de muerte para muerte: un salvador de vida para vida si lo reciben, pero de muerte para muerte si rechazan el consejo de Dios para su propia condenación12. Porque cada hombre recibirá conforme a los deseos de su corazón, y si desea esta verdad, el camino está abierto para todos y, si es su voluntad, puede escuchar y vivir13; mientras que si trata la verdad con indiferencia y desprecia la sencillez de la palabra de Dios, se cerrará a sí mismo las puertas de los cielos. Ahora bien, hermanos y hermanas, si todos ustedes elevan sus deseos a los cielos para que el hielo ceda ante nosotros y seamos libres para seguir nuestro camino, tan cierto como vive el Señor será hecho”.

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¿Dónde está su confianza en Dios?, En el Púlpito, accessed 16 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-1/chapter-1