34

Cultivar los valores de la vida eterna

Una grabación original de este discurso está disponible en churchhistorianspress.org (por cortesía de la Biblioteca de Historia de la Iglesia).

Conferencia General de la Sociedad de Socorro

Tabernáculo, Manzana del Templo, Salt Lake City, Utah

29 de septiembre de 1949


Mary Jacobs Wilson (1896–1990) tenía una amplia experiencia de servicio en la Sociedad de Socorro cuando fue asignada a la Mesa Directiva General en noviembre de 19461. Había sido presidenta de dos sociedades de socorro de barrio, consejera en dos sociedades de socorro de estaca y presidenta de la Sociedad de Socorro de estaca, todo ello en la zona de Ogden, Utah2. La hermana Wilson y su esposo, David, tuvieron cinco hijos3. Cuando le dieron la bienvenida a la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro, su compañera en la Mesa, Maureen C. Neilsen, dijo que el hogar que la familia Wilson había creado gozaba de una “agradable hospitalidad, música, risas, humor y el Espíritu del Señor”4. La hermana Wilson había estudiado música y arte dramático en el Colegio Superior Weber, y prestó servicio como vicepresidenta del consejo estudiantil5.

La hermana Wilson prestó servicio en la Mesa Directiva de la Sociedad de Socorro durante los primeros años de la presidencia de Belle S. Spafford, junto con otras dieciséis hermanas (sin incluir a las cuatro que componían la presidencia)6. Además de servir en los comités de música, literatura y concursos de poesía, ella representaba a la Sociedad de Socorro en el Consejo Legislativo de las Mujeres, el cual analizaba problemas estatales y asuntos legislativos. En diciembre de 1946, la Sociedad de Socorro recibió el encargo de desarrollar el programa de la noche de hogar con la ayuda de sus asesores del Cuórum de los Doce Apóstoles: Joseph Fielding Smith y Mark E. Petersen7. La hermana Wilson presidía el comité de la noche de hogar de la Sociedad de Socorro. Cuando la hermana Wilson comenzó su servicio, los miembros de la Mesa Directiva estaban realizando recaudaciones de fondos a fin de construir un edificio para la Sociedad de Socorro8.

Durante los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, muchos estadounidenses, incluso los Santos de los Últimos Días de las montañas del Oeste, disfrutaban de oportunidades profesionales y educativas que se expandían. Durante la posguerra se puso también mayor énfasis en una visión del núcleo familiar que incluía funciones específicas para los hombres y las mujeres. Aunque muchos estadounidenses gozaban de creciente prosperidad, otros —particularmente las minorías raciales y étnicas— encontraban barreras que dificultaban su movilidad económica. Los vecindarios y las escuelas estaban segregadas, y el racismo institucionalizado impedía las posibilidades de progreso9. Esos cambios sociales y culturales después de la Segunda Guerra Mundial forman el contexto en el que la hermana Wilson pronunció el siguiente discurso sobre dar prioridad a la salvación eterna por encima de las riquezas.

Mis queridos hermanos y hermanas, como texto para mi mensaje de hoy he tomado el versículo siete de la sección 6 de Doctrina y Convenios: “no busquéis riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados, y entonces seréis ricos. He aquí, rico es el que tiene la vida eterna”.

La responsabilidad más importante que recae sobre cualquier persona es la de construir una vida significativa que valga la pena. Este objetivo no se alcanza en un día, en una semana, ni en un mes. Como dijo J. G. Holland:

No se llega al cielo de un solo brinco,

sino que nosotros construimos la escalera por la que subimos

desde la baja tierra hasta a los abovedados cielos,

y ascendemos paso a paso hasta la cumbre10.

Con cada persona nace la asignación divina de construir una vida. Entonces, ¿cuáles son los materiales que deberíamos emplear para edificar esa vida que valga la pena?

Henry Wadsworth Longfellow, el gran poeta estadounidense que inspira, captó la visión:

La estructura que erigimos

tiene como material el tiempo;

nuestros hoys y los ayeres

son los bloques con que construimos11.

Sin un modelo y un plan no podemos construir nada que sea perdurable. En nuestra construcción debe haber propósito y dirección. ¿Cuál es el gran plan mediante al cual damos forma a nuestra vida? Nosotras, como hermanas de la Sociedad de Socorro, conocemos la respuesta, que es conocer y hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial. “Dios”, como dijo Tolstói, “es Aquel sin el que no podemos vivir”12.

Nuestro tiempo, nuestra energía y nuestros recursos son limitados, de modo que necesariamente hemos de hacer frente a la responsabilidad de tomar decisiones. ¿Cuán necesario es, por tanto, que desarrollemos un modelo de vida que contenga valores que no perezcan y los incorporemos individualmente a la estructura de nuestra vida?

Permítanme sugerir algunas de las cualidades eternas por las que debemos luchar. Son la fe sincera y perdurable, la oración, el interés y el amor hacia nuestros semejantes, y la devoción sincera al plan de nuestro Padre Celestial para el logro de la vida eterna.

La fe es la que les da la visión para seguir adelante y la confianza en el éxito final, aun a pesar del desánimo personal. Es bueno recordar la historia de Marie Curie13. Cómo ella trabajó y luchó, y siguió adelante sin dejar que la adversidad frustrara su plan, porque tenía fe; ella sabía que, algún día, alcanzaría el objetivo por el cual estaba trabajando.

En Primer Nefi, capítulo diecisiete, aprendemos que a Nefi se le mandó construir un gran barco. Sus hermanos lo ridiculizaron y se rieron de él, y dijeron que estaba loco, pero él se puso delante de ellos y dijo: “Si Dios me hubiese mandado hacer todas las cosas, yo podría hacerlas. Si me mandara que dijese a esta agua: Conviértete en tierra, se volvería tierra; y si yo lo dijera, se haría”14.

¡Qué fe incondicional!

Por medio de la fe recibimos el poder para elegir, para separar el grano de la paja. Fue esta clase de fe la que hizo posible que nuestros antepasados pioneros renunciaran a todas las cosas de naturaleza material y se volvieran a la religión, y que luego edificaran este gran imperio occidental para nosotros.

Cuando hablo de fe, me gusta recordar la fe que tuvieron mi padre y mi madre a lo largo de los años. Uno de mis hermanos pequeños enfermó repentinamente. Papá no estaba en casa, pero mamá reunió a sus otros siete hijos en el cuarto donde yacía el enfermo, y todos nos arrodillamos alrededor de su cama15. Ahora no recuerdo las palabras que pronunció mi madre, pero sí recuerdo el sentimiento que había, porque habló al Padre Celestial como si Él realmente estuviera presente, y no dudamos que la oración de mamá sería contestada; y así fue, porque esa misma tarde nuestro hermanito se levantó otra vez y estuvo jugando con nosotros.

Bendito en verdad es el hogar, benditos los niños cuyos padres tienen una fe tan incondicional, la clase de fe que hace posible que nos elevemos por encima de las malas experiencias, que nos proyectemos hacia metas eternas y veamos las experiencias de la vida en su contexto eterno.

No hay un elemento más importante en la edificación de la fe que la oración. Es el medio de acercarnos a Dios, y por este medio conocemos Su voluntad. No obstante, ¿hacemos siempre oraciones significativas, o son una especie de hábito y una rutina para nosotros? Las oraciones que enriquecerán nuestra alma y nos darán fe y una nueva visión son las oraciones en las cuales abrimos por completo el alma a Dios, con fe y esperanza en que Él nos dará fortaleza para afrontar y vencer las cosas que nos impiden alcanzar un verdadero progreso espiritual, que es el destino de todos los hijos de Dios, particularmente de cada Santo de los Últimos Días, que tiene derecho, si vive con rectitud, a la guía del Espíritu Santo.

Un élder de la Misión Uruguaya relató hace poco una visita que tuvo con un matrimonio mayor hispano. En su primer encuentro, él les dijo que cada vez que le tocaba ofrecer la oración familiar podía expresarle a Dios sus sentimientos e ideas íntimos. Esas personas en su iglesia solo habían podido pronunciar una oración memorizada que no comprendían. Esa conversación hizo despertar su interés, y en muy poco tiempo fueron bautizados miembros de nuestra Iglesia.

La fe y la oración, sin embargo, no pueden obrar en nuestra vida de una manera eficaz si son meros principios abstractos. En Santiago se nos dice que la fe sin obras es muerta16. Por lo tanto, nuestra fe debe reflejarse en servicio y amor hacia nuestros semejantes. El Salvador mismo dijo: “El que ha prestado servicio a sus semejantes, ha prestado servicio a su Padre Celestial”17. Una de las declaraciones más grandiosas sobre el Salvador que hay en la Biblia es que anduvo haciendo bienes18.

Cuando se habla de servicio, tendemos a buscar una oportunidad extraordinaria para servir en algún lugar remoto. Tendemos a olvidar los acres de diamantes que tenemos a nuestras propias puertas, en la misma comunidad o en el mismo bloque —o quizás en nuestra propia casa hay quienes están desanimados o empobrecidos por la falta de palabras de amor y de esperanza19. Hay quienes están enfermos espiritualmente, al igual que hay quienes se sienten enfermos mental o físicamente. En conjunto, nuestro ámbito de servicio se encuentra dentro de esos acres en torno a nuestros propios hogares.

En una de sus visitas, dos maestras visitantes encontraron a una hermana desolada por la pena. Había pasado por un gran pesar y había perdido la fe en sí misma y en Dios. Esta hermana afligida había pasado algo muy grave, y esas maestras visitantes sintieron un renovado interés por esa alma desafortunada, y la visitaron con frecuencia. Sabían que, de algún modo, debían infundir en el corazón de aquella hermana el deseo de vivir. También debían reavivar en ella el amor por su Dios y la fe en sí misma. Lo lograron, y este es solamente un ejemplo del verdadero amor y servicio que provienen de nuestras visitas de maestras visitantes. Hay miles de casos así en los que se ha ayudado a las personas dentro de nuestra propia organización de la Sociedad de Socorro.

Debemos recordar que nadie nunca encuentra que la vida valga la pena; se debe hacer que valga la pena.

El verdadero significado del amor se nos enseña en el undécimo capítulo de Primer Nefi, versículos veintiuno al veintitrés. El ángel estaba hablando a Nefi y dijo:

“¡He aquí, el Cordero de Dios, sí, el Hijo del Padre Eterno! ¿Comprendes el significado del árbol que tu padre vio? Y le contesté, diciendo: Sí, es el amor de Dios que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres; por lo tanto, es más deseable que todas las cosas. Y él me habló, diciendo: Sí, y el de mayor gozo para el alma”.

Los Santos de los Últimos Días tienen un maravilloso concepto del significado y de la necesidad del progreso por medio de la adquisición de conocimiento. En los versículos dieciocho y diecinueve de la sección ciento treinta de Doctrina y Convenios leemos: “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección”.

¿Cómo podemos cultivar entonces el conocimiento y la inteligencia en nuestra búsqueda de la vida eterna? Primero, debemos despertar en nosotros la necesidad de crecimiento, y entonces encontraremos los medios y las oportunidades para el desarrollo.

Cuando Michael Pupin, el gran inventor, se fue de su hogar en Hungría con rumbo a los Estados Unidos, su madre —que estaba ciega porque no sabía leer ni escribir— le dijo: “Hijo mío, si deseas salir al mundo debes proveerte de otro par de ojos, los ojos de la lectura y de la escritura. En el mundo hay mucho conocimiento y aprendizaje maravillosos, los cuales no puedes obtener a menos que estudies”. Y luego concluyó diciendo: “El conocimiento es la escalera de oro por la cual ascendemos al cielo”20.

No solo adquirimos conocimiento por medio del estudio de buenos libros, sino que por medio de la oración también encontramos maneras y medios de desarrollo. No malgastemos el tiempo.

Benjamin Franklin dijo: “¿Amas la vida? No desperdicies el tiempo, porque es la sustancia de que está hecha”21.

A menudo se escucha esta expresión: “Si tan solo tuviera tiempo para hacer esto o aquello…”, pero pasamos por alto lo que se puede lograr en pequeños fragmentos de tiempo. El difunto Charles W. Eliot de Harvard recopiló los clásicos de Harvard en respuesta a su afirmación de que cualquier persona podía adquirir una buena educación si dedicaba quince minutos al día al estudio inteligente22.

Estén siempre alerta a sus oportunidades. Estudien. Busquen buenos amigos. Insistan en llenar su vida de riquezas eternas. Tienen una maravillosa primogenitura. Viven en una tierra escogida sobre todas las demás23. Ustedes han aceptado el evangelio de Jesucristo como modelo de vida. Sus oportunidades son ilimitadas, pero solo ustedes pueden diseñar sus vidas hasta las gloriosas mansiones eternas.

Que Dios nos bendiga a todos para que podamos tener la visión necesaria para ver lo mejor de la vida, y nos dé fuerza para vivir conforme a un modelo eterno, es mi humilde oración, en el nombre de Jesús. Amén.

Cite this page

Cultivar los valores de la vida eterna, En el Púlpito, accessed 19 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-3/chapter-34