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Cómo resolver conflictos utilizando los principios del Evangelio

Una grabación original de este discurso está disponible en churchhistorianspress.org (grabación por cortesía de la Conferencia de la Mujer de BYU).

Conferencia de la Universidad Brigham Young para la Mujer

Centro de visitantes y exalumnos Gordon B. Hinckley

Universidad Brigham Young, Provo, Utah

27 de abril de 2016


Gladys Nang’oni Nassiuma Sitati (n. 1952) fue educada para ser maestra1. Siendo la mayor de diez hijos, asistió a la escuela primaria Toloso en su aldea de Chwele, Bungoma, Kenia. Su padre enseñaba inglés y matemáticas en una escuela más lejana, y cuando vio que su hija aprendía con facilidad, la llevó al trabajo con él para poder prepararla personalmente con el objeto de que asistiera a buenos internados. A los ocho años de edad, tanto su padre como su madre le habían enseñado también a cocinar a fin de que pudiera ayudar a cuidar de la familia cuando estuviera en casa2. La hermana Sitati conoció a Joseph W. Sitati durante su primer año en la Universidad de Nairobi, y se casó con él al concluir su licenciatura en Educación, en 19763.

Joseph Sitati también era de Chwele; de hecho, ambos asistieron a la misma escuela primaria pero no se conocieron porque los niños y las niñas estudiaban por separado. Los Sitati vivieron en Mombasa y posteriormente en Nairobi, y tuvieron cinco hijos entre 1977 y 1983, al tiempo que contribuían a la educación de sus hermanos y hermanas menores. Al principio de su carrera como maestra, Gladys Sitati dio clases en la escuela de tres de sus hermanos pequeños. En 1983 aceptó un trabajo para el Ministerio de Educación en el departamento de ultramar, donde trabajó para favorecer la educación superior de los estudiantes keniatas fuera del país, en lugares como India, Gran Bretaña y los Estados Unidos4.

En 1985, un matrimonio estadounidense de Santos de los Últimos Días que vivía en Nairobi conoció al matrimonio Sitati en casa de una amiga y los invitó a la Iglesia. Se bautizaron en 19865. Cuatro años después, mientras la hermana Sitati se recuperaba de una cirugía, su esposo y ella pensaron seriamente en el consejo del Presidente de la Iglesia, Ezra Taft Benson, de que las madres debían renunciar “al mercado del trabajo” y quedarse en casa todo el tiempo con sus hijos6. La decisión de si debía conservar su trabajo fue difícil. A los hijos del matrimonio Sitati y a los hermanos de Gladys les preocupaba que la familia no dispusiera del dinero suficiente si prescindían del salario de esta. Por otro lado, en aquella época en Nairobi era habitual que los hombres abandonaran a sus esposas e hijos para formar nuevas familias con otras mujeres, desamparando a las primeras. Confiando en que su esposo continuaría siendo fiel y que Dios lo ayudaría a proveer para sus necesidades, la hermana Sitati renunció a su empleo7.

Gladys N. Sitati

Gladys N. Sitati. 2016. La hermana Sitati fue maestra y funcionaria del Ministerio de Educación de Kenia. Con su esposo, Joseph Sitati, la primera Autoridad General africana de raza negra, la hermana Sitati se ha dirigido a congregaciones de la Iglesia en todo el mundo. Fotografía por James Findlay. (Por cortesía de Gladys Sitati).

En Johannesburgo, Sudáfrica, en 1991, Joseph y Gladys Sitati y sus hijos se convirtieron en la primera familia keniata que se selló en el templo. Joseph recibió muchas asignaciones de la Iglesia, entre ellas la de primer presidente de distrito keniata, presidente de la primera estaca de Kenia, Autoridad de Área, presidente de la Misión Nigeria Calabar y la primera Autoridad General africana de raza negra. Durante esos años, la hermana Sitati enseñó en la Escuela Dominical, la Primaria, las Mujeres Jóvenes, la Sociedad de Socorro y Seminario. Ella escribió una breve historia de la Iglesia en Kenia y sirvió junto a su esposo en la Misión Nigeria Calabar8.

Durante su misión en Nigeria, la hermana Sitati oró para aprender lo que tenía que hacer por los misioneros que estaban a su cuidado. Aunque la mayor parte de los misioneros hablaba algo de inglés, la mayoría necesitaba ayuda para mejorar su inglés tanto hablado como escrito. La hermana Sitati decidió dar clases de inglés treinta minutos cada seis semanas en las conferencias de zona, y con el tiempo la misión proporcionó un diccionario y un ejemplar del libro Common Mistakes in English [Errores comunes en inglés] a cada misionero. En las conferencias de zona, ella les ponía deberes y, cuando los misioneros se los enviaban hechos, ella los revisaba y comentaba, y luego se los devolvía en la siguiente conferencia de zona.

La hermana Sitati también se ocupaba de los asuntos médicos de los misioneros. Ellos confiaban plenamente en los médicos locales, que con frecuencia se sentían ofendidos si los pacientes querían saber la razón por la que se les estaba tratando. La hermana Sitati cambió este hábito, estipulando que los médicos debían comunicarse tanto con ella como con los misioneros para seguir trabajando como médicos de la misión. Ella guardaba un archivo médico de cada uno de sus ochenta y seis misioneros, y cuando los problemas de salud eran comunes ella misma los trataba, estudiando las enfermedades que prevalecían en la zona. Los problemas de salud más frecuentes la llevaron a animar a los misioneros a tomar píldoras contra la malaria, a comer alimentos saludables y a hacer ejercicio. Joseph y ella oraban cada día por los misioneros. “[Cuidábamos] de ellos de la misma manera que de [nuestros propios] hijos”, dijo. “[No podía] hacerlo sola… A cualquier tratamiento que yo [prescribía] para ellos, [Dios añadía] la sanación”. Además de orientar a los misioneros, Joseph hizo arreglos para que tuvieran refrigeradores y generadores a fin de mantener los alimentos frescos y tener luz eléctrica para el estudio de la mañana y de la noche9.

Cuando la hermana de Joseph murió en 2004, el matrimonio Sitati adoptó a los dos hijos de ella y a dos hijos más de una prima fallecida. Aunque el hijo más joven de los Sitati tenía diecinueve años, todos los hijos seguían viviendo en casa, y doblar prácticamente el tamaño de su familia supuso un cambio. La familia Sitati tenía consejos familiares en función de las necesidades desde que supieron de ellos cuando comenzaron a investigar la Iglesia, y los consejos familiares también ayudaron a lo largo de este cambio. Los hijos de la familia Sitati siguieron teniendo consejos familiares por sí mismos cuando sus padres sirvieron una misión. Cuando se dirigía a los misioneros, la hermana Sitati a menudo hablaba acerca de cultivar la paz en los compañerismos; ella había visto cómo las diferencias culturales y la desobediencia podían obstaculizar las relaciones de trabajo. Ella pronunció el siguiente discurso sobre el tema de la contención en una Conferencia de la Universidad Brigham Young10.

Las Escrituras advierten que “aquel que tiene el espíritu de contención no es mío”11. Sin embargo, vivimos en un mundo con diferencias de opinión y conflicto. En nuestras familias, en las clases de la Iglesia, en los consejos de la Iglesia y en nuestro trato con nuestros semejantes debemos evitar la contención. ¿Qué doctrinas y principios nos enseñan la manera de resolver el conflicto? ¿De qué maneras el ser “pacíficos discípulos de Cristo” nos ayuda a manejar el conflicto al tiempo que “[somos] testigos de Dios”?12.

Hermanas y hermanos, me gustaría compartir algunos pensamientos y experiencias personales sobre la manera de resolver conflictos y evitar la contención al tiempo que nos esforzamos por vivir como pacíficos discípulos de Jesucristo y ser testigos de Él, conforme a los convenios que hemos hecho.

Cuando meditaba en el tema que nos ocupa, me pregunté si conocía a alguien que hubiera vivido una vida sin conflicto ni contención. La contención llega con facilidad, aun con aquellos a quienes ciertamente amamos y para quienes deseamos lo mejor. Es difícil estar siempre en guardia y recordar quiénes somos cuando aquellos a quienes amamos y de quienes estamos cerca hacen cosas con las que sinceramente discrepamos, o que nos irritan.

Permítanme mencionar algunos aspectos que pueden generar contención entre las personas:

  1. La falta de comunicación, que produce malentendidos, falsas expectativas y conclusiones indeseables, desconfianza y suspicacias.

  2. Hacer juicios precipitados y suposiciones sobre los demás, que nos lleva a malinterpretar las intenciones de otras personas y a herir los sentimientos de otros.

  3. Un espíritu competitivo motivado por el orgullo, que aviva la aversión, los sentimientos de enojo y el aislamiento.

  4. Valores culturales diferentes, que con frecuencia conducen a la desconfianza, la sospecha, el prejuicio y la caracterización de otras personas.

El conflicto y la contención no son inevitables. Lo que hacemos por prevenirlo o incrementarlo es una decisión que tomamos. En el Libro de Mormón leemos acerca de un pueblo que vivió junto una vida pacífica y feliz por muchas generaciones, después de que el Cristo resucitado los visitara y enseñara.

Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.

No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de -itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios.

¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor los bendijo en todas sus obras; sí, fueron bendecidos y prosperaron hasta que hubieron transcurrido ciento diez años; y la primera generación después de Cristo había muerto ya, y no había contención en toda la tierra13.

¿Cómo se las apañaron esas personas para vivir una vida tan pacífica por muchas generaciones? Las personas aceptaron las enseñanzas del Salvador, que se convirtieron en la norma por la que regían todas sus relaciones, con Dios y los unos con los otros.

Como conversa a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, he llegado a entender que si nosotros, que somos discípulos de Jesucristo, adoptamos y emulamos Su vida y Sus enseñanzas como la norma de nuestra vida y la regla por la cual nos relacionamos con otras personas, erradicaríamos el conflicto en nuestras familias y comunidades, y también llevaríamos felicidad y paz a toda la tierra, tal como hicieron esos nefitas en sus días.

Permítanme compartir con ustedes cinco de los principios que se nos han enseñado que pueden ayudarnos a evitar el conflicto y la contención.

El primer principio es tener fe en el Señor Jesucristo.

El apóstol Pablo enseñó que “la fe [es] la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”14.

Y Cristo ha dicho: “Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente”15.

La fe es un principio de acción y de poder, y siempre que trabajamos en pos de una meta digna estamos ejerciendo nuestra fe16. Cuando creemos en Cristo, tenemos esperanza en lo que hacemos; nosotros ejemplificamos Sus atributos en nuestra vida y, por esas cosas, Él nos bendice.

En el curso de nuestras labores, a medida que ejerzamos la paciencia, la mansedumbre y la humildad, con pureza de corazón, nuestra espiritualidad aumentará y florecerá. Nuestros hechos pueden entonces superar todas las barreras humanas, incluso las relaciones culturales, económicas y políticas.

He visto este tipo de fe en una rama de Salt Lake City, conocida como la Rama Swahili, donde la mayoría de los miembros son refugiados de países del África oriental donde se habla swahili17. Esos miembros han sido integrados por voluntarios de este país que han dado de sí mismos, de sus recursos y de su tiempo para enseñar a esos hermanos y hermanas y a sus familias diversas habilidades, tales como el modo de vivir y de viajar en los Estados Unidos, dónde encontrar escuelas y empleo, cómo dar prioridad a la familia, y la importancia de enseñar el Evangelio en el hogar. Cuando esos voluntarios se reúnen al principio con esas familias de refugiados, se comunican a través de un intérprete, dado que muchos de esos hermanos y hermanas todavía no hablan fluidamente inglés. Los ayudantes pronto aprenden algunas palabras de los dialectos tribales que hablan los refugiados, lo cual aumenta la confianza entre ellos y mejora el aprendizaje y el entendimiento. Con el tiempo, su relación llega a ser cordial. Estos dedicados ayudantes enseñan y trabajan con esos hermanos y hermanas con mucha fe y diligencia para, primero, hacer posible su arraigo en Cristo y, segundo, para acomodarlos a fin de que ya no se vean a sí mismos como extranjeros en esta tierra. En las fiestas de barrio, por ejemplo, los unos disfrutan comiendo los alimentos de los otros. Recientemente tuve el gusto de ver una foto de algunas de esas hermanas en la portada de un ejemplar de conferencia general de las revistas Ensign y Liahona, cuando cantaban en un coro de estaca en la sesión de la conferencia para las mujeres18. Pueden imaginar lo lejos que han llegado, gracias al mucho amor y la mucha diligencia que el infinito poder de Dios ha hecho posible.

El élder Richard G. Scott nos aconseja: “Acércate a quienes viven en circunstancias adversas. Sé un buen amigo. Esa clase de amistad perdurable es como el asfalto que llena los baches de nuestra vida y hace que el camino sea más fácil y placentero… Recibe en tu casa a quienes necesiten ser fortalecidos mediante el entorno que reina allí… Reconozcamos lo bueno en los demás y no sus imperfecciones. Hay momentos en que es necesario prestar la debida atención para limpiar una mancha, pero debemos siempre concentrarnos en sus virtudes”19.

El Salvador nos enseña: “Y si de entre vosotros uno es fuerte en el Espíritu, lleve consigo al que es débil, a fin de que sea edificado con toda mansedumbre para que se haga fuerte también”20.

Si hacemos esto, todos los prejuicios y los miedos que hayamos podido tener se desvanecerán a medida que aumenta nuestro conocimiento y nuestro amor por aquellos entre quienes vivimos.

El segundo principio que nos puede ayudar a evitar el conflicto es ser dignos de la compañía del Espíritu Santo en nuestra vida.

Una de las principales influencias del Espíritu Santo es ayudarnos a hallar paz en esta vida y llenarnos el corazón de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás por medio de su guía.

“… y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”21.

En una situación de conflicto en ciernes, el Espíritu Santo puede ayudarnos mejor si pensamos deliberadamente en el problema con antelación. El siguiente consejo a Oliver Cowdery también se puede aplicar a nosotros:

“He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme.

“Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien”22.

Por lo tanto, podríamos anotar posibles medidas a tomar que nos ayudarían a evitar la contención. Después de meditar y decidir cuál es la mejor medida que podemos tomar, podríamos tratar de pedir humildemente en oración que el Padre Celestial nos dé su aprobación. Él nos enviará el Espíritu Santo para darnos un testimonio confirmador y guiarnos en las cosas que en efecto hemos de hacer. Para beneficiarnos plenamente de ese testimonio y esa guía, debemos confiar en el Señor y en Su tiempo, y estar preparados para hacer todo lo que podamos.

El tercer principio que nos puede ayudar es la oración.

La oración a menudo va acompañada del ayuno, especialmente cuando le pedimos al Señor una bendición especial.

La oración confirma nuestra fe en nuestro Padre Celestial y en el Señor Jesucristo. Confirma nuestra humildad y nuestra confianza en que el poder expiatorio del Salvador interceda por nosotros. En una carta a los romanos, Pablo lo explicó de este modo: “Y asimismo, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque no sabemos lo que hemos de pedir como es debido, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles… Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien… Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”23.

El Señor también nos enseña que, cuando somos sinceros y perseverantes en nuestras oraciones, recibiremos respuesta24.

¿Por quiénes debemos orar?

Cristo enseñó: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”25.

Una historia que contó el presidente Howard W. Hunter cuando era obispo ilustra la forma en que obra este principio. Un miembro de su barrio fue a él para decirle que había un hombre en la congregación que no le gustaba. El presidente Hunter le dijo a ese hermano que fuera a casa y orase por ese hombre en la mañana y en la noche, y que dos semanas después volviera a verle. Cuando el hermano regresó, dijo que había averiguado que aquel hombre tenía problemas y necesitaba ayuda, y que él iba a ayudarlo26. Experiencias como esta nos brindan esperanza para orar por aquellos hacia quienes tenemos malos sentimientos o quienes nos han hecho mal. ¿Quién sabe? Probablemente necesitan nuestra ayuda.

Ahora me gustaría añadir que la mayoría de las cosas que nos preocupan —lo que alguien ha dicho de nosotros o nos ha hecho— no contribuye a su salvación ni a la nuestra. Son cosas sin importancia en comparación con lo que Dios ha hecho por todos nosotros en Su glorioso reino. Puede que el aspecto exterior de los seres humanos sea diferente, pero por dentro somos iguales. Nos sentimos mal cuando otras personas nos tratan de manera injusta, o cuando nos ignoran, nos faltan al respeto o nos discriminan. Si nos cuesta pensar bien de los demás, oremos para recibir ese valioso don. “… deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios”27.

Si nuestros pensamientos son puros, el Espíritu confirmará esta realidad a aquellos con quienes nos relacionamos. He llegado a saber que el Espíritu de Dios no miente.

Hace poco leí en Deseret News un artículo de Kelsey Dallas sobre la oración que resumiré del siguiente modo: Ella se refiere a la oración como una herramienta para la resolución de conflictos que las parejas casadas pueden utilizar para fortalecer y establecer la paz en sus matrimonios. El hábito de orar individualmente y juntos puede sentar las bases de relaciones relativamente libres de conflictos, especialmente cuando los matrimonios ven a Dios como una Deidad que los ama y que puede bendecir su relación para que sea feliz y exitosa. Esos matrimonios, a medida que oren a diario, pedirán a Dios que los bendiga para cuidar del bienestar del otro28.

El cuarto principio del que deseo hablar es el perdón.

Supongamos que hemos hecho todo lo posible por vivir de manera pacífica con nuestros vecinos, pero de algún modo surge el conflicto. ¿Qué debemos hacer?

A Pedro le interesaba la respuesta a esta pregunta, e inquirió: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”29.

Seguir este modelo nos habilitará para resolver todas las disputas, hallar paz y hacer muchos amigos.

Sobre este tema del perdón, el presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Vemos esta necesidad [de perdonar] en el hogar, en donde pequeños malos entendidos se transforman en grandes disputas. Es evidente entre vecinos, en donde insignificantes diferencias conducen a interminables muestras de desprecio. Lo vemos en el mundo de los negocios, que está plagado de aquellos que se niegan a claudicar y perdonar. En la mayoría de los casos, si hubiera existido la buena voluntad de conversar y de analizar las cosas con calma, bien se podrían haber evitado estas situaciones para provecho y bendición de todos, en vez de pasar los días alimentando rencores y planeando venganza”30.

Para muchos de nosotros resulta difícil perdonar a quienes nos han hecho mal. Debemos orar para ser capaces de hacerlo con la ayuda del poder expiatorio del Salvador.

Los que han perdonado conocen el gozo y la libertad que acompaña al perdón. Somos más felices, nos quejamos menos y es más agradable estar con nosotros.

El quinto principio es el amor.

Al hablar en la sesión del domingo por la mañana de la conferencia general de hace dos años, el presidente Thomas S. Monson enseñó:

[El] amor es la esencia misma del Evangelio, y Jesucristo es nuestro Ejemplo. Su vida fue un legado de amor…

Ruego que empecemos hoy, este mismo día, a expresar amor a todos los hijos de Dios, ya sean nuestros familiares, nuestros amigos, personas que sean solo conocidas o totalmente extrañas. Al levantarnos cada mañana, estemos resueltos a responder con amor y bondad a cualquier cosa que nos pueda salir al paso.

El presidente Monson también dijo:

No podemos amar verdaderamente a Dios si no amamos a nuestros compañeros de viaje en este trayecto mortal. Del mismo modo, no podemos amar… a nuestro prójimo si no amamos a Dios, el Padre de todos nosotros… Somos hijos de nuestro Padre Celestial, engendrados en espíritu y, como tales, somos hermanos y hermanas. Si tenemos presente esta verdad, el amar a todos los hijos de Dios se hará más fácil31.

Esta verdad, tal como la enseña el presidente Monson, es la manera perfecta de estar en paz con otras personas, empezando por nuestra familia. Comenzamos por aceptarnos mutuamente. Preguntar a los miembros de la familia qué tal han dormido cuando se despiertan por la mañana lleva un buen espíritu al hogar.

Entre las personas de las islas del Pacífico y África, excepto en las ciudades, cuando te encuentras con una persona te detienes y la saludas. Preguntas por su familia. De este modo llegas a conectar con la persona y a establecer una amistosa sintonía.

El Salvador nos manda que amemos a todos los hombres:

Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?

Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?

Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto32.

He descubierto que el amor es una poderosa herramienta en nuestras manos. Somos creados para amar y ser amados. Pero el espíritu del amor ha quedado relegado a causa de las aspiraciones del mundo, tales como el deseo de que se reconozca nuestra superioridad respecto a los demás, la codicia, la lujuria, el egoísmo, el orgullo y otros hábitos mundanos.

Nuestro Salvador, Jesucristo, es la personificación del amor. Cuando había sido clavado en la cruz, sintiendo un dolor extremo y maltratado por los soldados, Él oró al Padre para que los perdonara, diciendo que no sabían lo que estaban haciendo. ¡Cuánto amor! Nosotros debemos tener esa clase de amor en nuestro corazón a fin de vivir en paz con otras personas.

Yo crecí en una familia de diez hijos, por lo que algunas veces discrepábamos los unos con los otros, pero los sentimientos heridos no duraban por mucho tiempo porque mis padres se preocupaban por impregnar nuestro hogar de un ambiente apacible y amoroso. Cuando nos hicimos mayores y todos nosotros nos fuimos de casa para establecernos por nosotros mismos, continuamos cooperando a medida que uníamos nuestros esfuerzos para mantener a nuestros ancianos padres. Este acuerdo funcionó bien hasta hace unos años, cuando mi padre falleció.

El vínculo que nos mantenía unidos comenzó a debilitarse. Tal como sucede en los patrones sobre los que leemos en el Libro de Mormón, comenzaron a formarse grupos y la crítica se convirtió en el pasatiempo favorito de algunos.

Al ser la mayor de mis hermanos, escuché las quejas de cada uno y me reuní individualmente en consejo con ellos a lo largo de varios años. Pero la situación siguió empeorando. De manera que, el pasado mes de diciembre, mientras nos preparábamos para ir a casa de vacaciones, decidimos que trataríamos de llevar paz entre los varios grupos que se habían formado, y convocar una reunión familiar.

A fin de resolver la contención, a cada uno se le dio un tiempo para que expresara sus sentimientos sin interrupción. A medida que todos hablaban, nos dimos cuenta de que algunos de ellos se habían sentido heridos mucho tiempo. Hablaron con sinceridad mientras se dirigían a mi esposo, como si suplicaran su ayuda. A continuación, mi esposo se dirigió a cada uno de los que hablaban, parafraseando sus quejas y preguntando si estaban de acuerdo con el resumen. Entonces le volvió a preguntar a cada uno, desde el primero que habló hasta el último, qué estaban ellos dispuestos a hacer para aportar paz, independientemente de lo que hicieran todos los demás.

Luego analizamos las respuestas utilizando el maravilloso pasaje de las Escrituras que se encuentra en Filipenses, que dice:

… completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.

Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo;

no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros33.

Al concluir esa reunión familiar, mi esposo agradeció a todos por su sinceridad, y expresó su esperanza de que pudiéramos recurrir con frecuencia al sabio consejo del apóstol Pablo a fin de encontrar paz en nuestras vidas. Al final de la reunión había un espíritu de enorme alivio y de gran paz. Observamos que, en los cuatro meses que han pasado desde aquella reunión, no hemos oído de ninguna contención, por lo que estoy profundamente agradecida al Señor.

El élder Dallin H. Oaks, en su discurso de la Conferencia General de octubre de 2014, nos aconsejó, entre otras cosas, ir en pos de las cosas que conducen a la paz al vivir entre otras personas; a practicar el civismo cuando los demás tienen opiniones diferentes, abstenernos de la contención y practicar el respeto y ser amables con quienes eligen no guardar los mandamientos de Dios. Él hizo hincapié en que la bondad es poderosa34.

En la medida de los posible, debemos mantenernos en contacto con aquellos con los que discrepamos, especialmente los miembros de nuestra familia. Les hacemos saber que los amamos al invitarlos a las actividades familiares y al encontrar cosas buenas que decir de ellos. Antes o después, el Señor puede ablandar su corazón. Creo que un importante ingrediente del éxito de nuestra reunión familiar fue que dimos un obsequio familiar especial a cada uno de mis hermanos de manera que, a medida que llegaban a la reunión, ninguno tuvo dudas de nuestros sentimientos hacia ellos.

Cuando tenemos una relación complicada, debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Cuál es mi deseo sincero en cuanto a esta relación? ¿Qué haría yo si estuviera en su lugar? ¿A qué estoy dispuesta a renunciar a fin de establecer la paz?

Este consejo del rey Benjamín es útil, ya que nos recuerda los convenios que hemos hecho con Dios:

Y otra vez os digo, según dije antes, que así como habéis llegado al conocimiento de la gloria de Dios, o si habéis sabido de su bondad, y probado su amor, y habéis recibido la remisión de vuestros pecados, lo que ocasiona tan inmenso gozo en vuestras almas, así quisiera que recordaseis… su bondad… y os humillaseis aun en las profundidades de la humildad, invocando el nombre del Señor diariamente, y permaneciendo firmes en la fe…

Y he aquí, os digo que si hacéis esto, siempre os regocijaréis, y seréis llenos del amor de Dios…

Y no tendréis deseos de injuriaros el uno al otro, sino de vivir pacíficamente, y de dar a cada uno según lo que le corresponda35.

Permítanme resumir otra vez los cinco principios que podemos aplicar para resolver el conflicto y la contención en nuestro trato con otras personas:

Primero, la fe en el Salvador, Jesucristo, es el comienzo de un deseo de confiar en el Señor en nuestras circunstancias, sabiendo que Él compartirá nuestras cargas y traerá consuelo a nuestra alma.

Segundo, la fe en el Señor Jesucristo nos lleva a hacer las cosas que invitan a la compañía del Espíritu Santo, el cual puede llenarnos de “esperanza y… amor perfecto” hacia todas las personas y todas las cosas36.

Tercero, la “diligencia en la oración” nos ayuda a continuar disfrutando de la compañía del Espíritu Santo, a ser llenos de amor y a vencer las tentaciones del adversario que podrían manifestarse en la provocación al conflicto37.

Cuarto, estando llenos del amor de Dios, no solo podemos perdonar a los demás, sino ayudarles también a ver y a tener una mayor esperanza en lo que pueden llegar a ser.

Finalmente, estando llenos del amor de Dios podemos superar todas las barreras al amor, la armonía y la unidad con todas las personas.

Al concluir con mi reflexión, me gustaría exhortar a cada uno de nosotros a “seguir adelante con firmeza en Cristo… y amor por Dios y por todos los hombres”, y a prestar atención al consejo del Salvador de que la contención es del diablo y debemos acabar con ella38.

Que cada uno de nosotros halle paz y amor en cualquier lugar del mundo donde nos encontremos para que podamos ser verdaderos testigos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y por medio de Su poder expiatorio seamos capaces de hacer todas las cosas.

Esto les dejo, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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