30

El valor de la fe

Conferencia General de la Sociedad de Socorro

Salón de Asambleas, Manzana del Templo, Salt Lake City, Utah

3 de abril de 1926


Amy Brown Lyman con un grupo de mujeres y niños

Amy Brown Lyman en la Capacitación de Servicio Social en Anaconda, Montana. Alrededor del año 1920. La hermana Lyman, con lentes, en el centro de la primera fila, llegó a ser una trabajadora social calificada después de algunas estadías formativas en Hull House, Chicago, y fue líder en la implementación de la obra de servicio social en la Sociedad de Socorro. La hermana Lyman sirvió en la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro por treinta y seis años, incluso durante su época como presidenta. Fotografía por Montgomery Studio. (Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City).

“Mi primer amor había sido el trabajo en la Primaria”, escribió Amy Brown Lyman (1872–1959) después de cerca de cuatro décadas de servicio en la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro. En verdad, ella amaba cualquier programa que se enfocara en el desarrollo y el florecimiento del ser humano. Antes de unirse a la Mesa Directiva en octubre de 1909, su principal labor en la Iglesia había sido en la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Damas Jóvenes. La hermana Lyman sirvió en la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro hasta 1945, los últimos cinco años como presidenta. Las primeras reuniones a las que asistió la conectaron con las raíces fundamentales de la Sociedad de Socorro: Bathsheba W. Smith, que se unió a la Sociedad de Socorro en Nauvoo a los diecinueve años de edad, era la presidenta. En esa época, la Mesa Directiva se reunía en la oficina de Woman’s Exponent, en el edificio Templeton de Salt Lake City1.

Cuando la hermana Lyman pronunció el siguiente discurso, había prestado servicio como Secretaria General de la Sociedad de Socorro bajo el liderazgo de Emmeline B. Wells desde 1913, y estaba en medio de un período de dos años como secretaria del Consejo Nacional de Mujeres. En sus funciones como secretaria general, la hermana Lyman cumplió con lo que el Presidente de la Iglesia, Joseph F. Smith, había pedido: modernizar y equipar las oficinas de la Sociedad de Socorro “para que las operaciones de la organización, incluso las de las estacas y los barrios, se dirigieran conforme a las mejores prácticas comerciales”2. La hermana Lyman adquirió máquinas de escribir, archivadores, calculadoras y máquinas mimeógrafas; estableció procedimientos profesionales de contabilidad e introdujo libros de registro de barrio y de maestras visitantes uniformes. La hermana Lyman trabajó también en el departamento comercial de Relief Society Magazine durante más de treinta años, desde que comenzó a publicarse en 1915. Para financiar la nueva revista, Jeanette Hyde y ella solicitaron anuncios publicitarios. Sus hijos las ayudaban cada mes a envolver y enviar los ejemplares a los suscriptores3.

El trabajo social fue uno de los objetivos permanentes de la vida de la hermana Lyman. Cuando acompañó a su esposo, Richard, a la Universidad de Chicago en el verano de 1902, ella participó en varios cursos. Su favorito fue uno sobre la nueva disciplina de la sociología, y décadas más tarde recordó: “Aquella fue la primera vez que surgió en mí el interés por el trabajo social y los problemas sociales”4. También realizó tareas de voluntariado con Chicago Charities y en Hull House asistió a las conferencias de Jane Addams, una prominente activista contra la pobreza a la que entrevistó en varias ocasiones para un proyecto de clase. En 1913, el presidente Joseph F. Smith le pidió a la hermana Lyman que continuara con su estudio previo sobre trabajo social con la esperanza de mejorar las prácticas de la Iglesia en aquella época5. Ella se unió en 1917 a una delegación de cuatro mujeres para participar en un curso especial sobre tareas de bienestar familiar impartido por la Universidad de Colorado y la Cruz Roja; más tarde aquel curso resultó ser crucial para su creciente comprensión en ese campo6.

Un mes antes de que el esposo de la hermana Lyman se uniese al Cuórum de los Doce Apóstoles, el 6 de abril de 1918, Joseph F. Smith consultó con Amy Lyman en cuanto a la posibilidad de crear un nuevo departamento de servicios sociales de la Sociedad de Socorro. A principios del año siguiente la hermana Lyman ya había organizado un departamento de bienestar social en las Oficinas Generales de la Sociedad de Socorro, el cual dirigió hasta 19347. En 1920 organizó y enseñó un curso de seis semanas de duración sobre la obra de bienestar familiar en la Universidad Brigham Young, el primero de los muchos cursos que capacitarían a las hermanas de la Sociedad de Socorro en cuanto a los desafíos y a los métodos del trabajo social8.

En 1923 prestaba servicio en la Cámara de Representantes de Utah, y tuvo el gusto de presentar ante la Cámara el proyecto de ley que solicitaba al Estado la aprobación de la ley federal Sheppard-Towner, que proporcionaba fondos para atención materno infantil. La ley fue aprobada, y las ramas de la Sociedad de Socorro de los estados del Oeste dieron su apoyo equipando y gestionando dispensarios de salud y clínicas pediátricas9. Esos esfuerzos contribuyeron a que, en 1928, la mortalidad infantil se hubiese reducido en un diecinueve por ciento, y el índice de mortalidad materna lo hiciera en un ocho por ciento10.

La forma en que la hermana Lyman entendía la fe, plasmada en el siguiente discurso pronunciado en una sesión general de la conferencia general de la Sociedad de Socorro de 1926, sugiere cómo y por qué se dedicó a hacer todas esas contribuciones11.

La falta de fe en el mundo hoy en día, junto con algunas experiencias personales recientes, me ha llevado últimamente a apreciar más que nunca antes el valor de la fe y la gran bendición que es para quienes la poseen.

Estoy segura de que cada mujer de esta audiencia ha pasado pruebas y aflicciones que habrían sido casi insoportables sin la fe en Dios y sin un testimonio del Evangelio, con todo lo que ello abarca.

La fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo es un punto a su favor para cualquier persona. Le ayuda a ser valiente y audaz, y a desarrollar un carácter positivo y enérgico en lugar de uno negativo y vacilante. Ayuda a tener confianza en uno mismo y en otras personas; a creer en uno mismo y en los demás; a ser generoso con aquellos que están necesitados, y caritativos con los menos afortunados; a ser alegre y optimista, y a tener esperanza.

La fe en el Padre y en el Hijo es una bendición; sí, una de las bendiciones más grandes que una persona puede tener. Como consolador es más trascendental que cualquier otra influencia. Es una fuente de solaz en tiempos de enfermedad, de pesar o desesperación. La fe ayuda a la persona a mantener la calma y a sufrir con relativa entereza cualquier cosa que venga; a ser paciente y a reconciliarse con las circunstancias que no puede controlar. Le ayuda a ser sumiso y humilde, y a poner su confianza en Dios.

La fe en el Padre y en el Hijo implica la creencia en Sus enseñanzas, que incluyen un estado preterrenal y una vida más allá del sepulcro; y para un Santo de los Últimos Días abarca el plan del Evangelio para vida y salvación tal como se nos ha revelado por medio del profeta José Smith12. Una fe y una creencia así ayuda a la persona a desarrollar un plan de vida en un plano más elevado, y a establecer normas de vida nobles, que valgan la pena y vayan de acuerdo con las normas del Evangelio. Ayuda a hacer juicios de valor, a elegir entre las cosas que realmente valen la pena, aquellas que son duraderas y eternas, y aquellas que son temporales y pasajeras. Hace que nos demos cuenta de que la vida es un peldaño hacia una vida superior, y que cuanto mejor sea la vida aquí, mayor será la felicidad aquí y en la vida venidera. La fe llena a quien la posee del deseo de emular la vida del Salvador y de guardar los mandamientos de Dios.

La fe sublime es uno de los más grandes de todos los dones. Declaremos nuestra lealtad a nuestra fe. Que, como algunos dicen, “no haya hombre que pueda destruir mi fe, mi esperanza y mi creencia, y dejarme un pedregal”. Porque he observado que aquellos que no tienen fe y tienden a minar y a destruir la fe de otras personas, nunca, hasta donde yo sé, dejan nada constructivo en su lugar.

No nos dejemos influir por los cínicos, los ateos o los que dudan, ni por la ola de duda y desesperación que cubre la tierra hoy en día13. Aferrémonos a la creencia de que la fe, con buenas obras, es un activo14, un consolador, una bendición; es el poder de Dios para salvación para todos aquellos que creen15. Aferrémonos a la creencia de que la fe es nuestra primogenitura, y no la vendamos por un plato de lentejas16.

Cite this page

El valor de la fe, En el Púlpito, accessed 29 de marzo de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-3/chapter-30