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Todavía tenemos una misión mayor

Discurso en el periódico Woman’s Exponent

Salt Lake City, Utah

Enero de 1906


Como cuarta Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Bathsheba Wilson Bigler Smith (1822–1910) animó a las hermanas de la Sociedad de Socorro a superar el pasado y recibir el futuro con responsabilidad y acción1. En enero de 1906, cuando dio este discurso, había formado parte de la Sociedad de Socorro por sesenta y cuatro años, habiéndose unido a la Sociedad de Socorro de Nauvoo en su primera reunión2. La hermana Smith creció en la enorme granja de sus padres en Virginia. Era recordada como la muchacha sureña a quien le encantaba el aire libre y era especialmente diestra montando a caballo. Su madre le enseñó las típicas habilidades domésticas, que incluían cardar, hilar, teñir y tejer lana, algodón y lino, así como costura y bordados3. También disfrutaba de la música4.

Emmeline B. Wells y Bathsheba W. Smith

Emmeline B. Wells y Bathsheba W. Smith. 1908. La hermana Smith (a la derecha) fue Presidenta General de la Sociedad de Socorro entre 1901 y 1910. Ella fue la última Presidenta General de la Sociedad de Socorro que fue miembro también de la Sociedad de Socorro de Nauvoo. La hermana Wells (a la izquierda) sucedió a la hermana Smith, sirviendo como Presidenta General de la Sociedad de Socorro entre 1910 y 1921. Fotografía por Olsen y Griffith. (Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City).

Cuando era jovencita, a la hermana Smith le atraía la religión; consideraba que tenía “cierta tendencia hacia la religión, amaba la honestidad, la honradez y la integridad, y hacía mis oraciones personales”5. A los quince años de edad, unos misioneros Santos de los Últimos Días, entre ellos su futuro esposo, George A. Smith, visitaron su vecindario. Su madre y ella se bautizaron el 21 de agosto de 1837, y otros familiares lo hicieron en torno a la misma fecha. Se unieron a los Santos de los Últimos Días en Misuri, donde junto a otras personas fueron acosadas por el populacho. Ella fue testigo de la muerte del apóstol David W. Patten y de los daños que sufrieron otros mormones. En su discurso de 1906 se refirió a esas experiencias, procurando tal vez conectar a la generación más joven con la rica historia y la herencia de la Iglesia6.

El templo desempeñaba un papel central en la vida de la hermana Smith. Ella estuvo presente en la colocación de la piedra angular del Templo de Nauvoo, Illinois, en 18417 y participó en las ordenanzas del templo en Nauvoo, tanto en casa de José y Emma Hale Smith como en la tienda de ladrillos rojos8. Trabajó en los templos de Nauvoo y St. George, Logan y Salt Lake City, Utah, y en la Casa de Investiduras en Salt Lake City9. Poco después de la dedicación del Templo de Salt Lake, en 1893, la hermana Smith sucedió a Zina D. H. Young como directora de las obreras del templo cuando esta cayó demasiado enferma para poder trabajar. La hermana Smith “presidía a las hermanas en el templo y normalmente dedicaba cuatro días a la semana a la obra del templo”10; ella continuó con esta obra hasta poco antes de su muerte. Lula Greene Richards escribió que la hermana Smith “estaba siempre anhelosa por ocupar su lugar en ese sagrado edificio”11.

La participación de la hermana Smith en la Sociedad de Socorro continuó mucho después de Nauvoo. Cuando su esposo se convirtió en historiador de la Iglesia en Salt Lake City, ella era la primera consejera de Rachel Grant en la Sociedad de Socorro del Barrio Trece de Salt Lake City. El hogar de la familia Smith hacía las veces de Oficina del Historiador de la Iglesia12. Con el tiempo, después de la muerte de su esposo, la hermana Smith se mudó a otra casa y fue nombrada secretaria, tesorera y presidenta de la Sociedad de Socorro del Barrio Diecisiete de Salt Lake City, donde prestó servicio durante once años13. Ella ejercía como tesorera de la Sociedad de Socorro de la Estaca Salt Lake. La hermana Smith también era activa en otras organizaciones relacionadas con la Sociedad de Socorro. Fue consejera de Mary Isabella Horne en la Asociación de Moderación, y parte de la junta directiva del Hospital Deseret14. En 1888, tras la muerte de Eliza R. Snow, Zina D. H. Young fue nombrada Presidenta General de la Sociedad de Socorro, y eligió a la hermana Smith como su segunda consejera. Cuando la hermana Young murió en 1901, Bathsheba W. Smith llegó a ser Presidenta General de la Sociedad de Socorro, y presidió durante un período de crecimiento de la organización15. Había sido presidenta durante cinco años cuando presentó este discurso, que fue impreso en el periódico Woman’s Exponent.

Escuchad el fuerte repicar, el son.

Es el tiempo que, ajetreado, toca su fin.

El año ha pasado,

llevándose con él esperanzas y temores,

sonrisas y lágrimas de multitudes, carentes de canción.

E. R. Snow16

El fin del año 1905, que es el año del centenario del Profeta, remueve en mi mente multitud de pensamientos17.

En mis recuerdos vuelvo a los años de mi niñez y mi juventud en Virginia18 —los élderes llegan pregonando: “Arrepentíos y sed bautizados, porque el reino de los cielos está cerca”19— y, al igual que antaño, me conmueven las buenas nuevas de la restauración del evangelio de Cristo20; una vez más me reúno con los santos en Misuri, y oigo los horribles gritos de los del populacho cuando capturan a José y a Hyrum21. Veo a los heridos y los moribundos; me expulsan de Misuri, pero en Quincy, en una conferencia de la Iglesia, encuentro con gozo a José y Hyrum, y a los apóstoles que allí son llamados a trabajar en Europa22.

Recuerdo al Profeta y su asombroso poder espiritual, su inteligencia, su amorosa amabilidad y la inmensa bondad de su corazón23. Sus sermones, sus dichos, la organización de nuestra propia Sociedad de Socorro en 184224. Sus revelaciones, persecuciones, el martirio y el pesar de los santos allá. Queda poco en este mundo, aparte de nuestros hogares y nuestras familias, pero el Evangelio llega a serlo todo para mí. Luego llega la quema de nuestros hogares y el éxodo forzoso de Nauvoo en pleno invierno25. Los elementos rugen sobre nosotros y alrededor nuestro, pero somos capaces de resistir, de descansar al final, aun en sombra de muerte, por así decirlo, porque aquí nos separamos de multitud de nuestros seres queridos26. Pero, resurgiendo de nuestra debilidad, en obediencia a los siervos del Altísimo, avanzamos a través de intransitables planicies, vadeando torrentes, escalando cumbres escarpadas y llegando “al valle” para hallar en el desierto consuelo y descanso de la persecución27.

Todos los acontecimientos de aquellos años de probación se unen hoy para revelarme, en el ocaso de mi vida, la grandiosa importancia del Plan de Salvación. Un mensaje consolador del Dador de todo lo bueno parece brindarme la dulce certeza de que nada de lo sufrido, y nada de lo logrado, fue en vano, no importa cuán alto el precio; sí, la sabiduría cauterizó nuestras heridas; el dolor alumbró paciencia; y nuestros santos mártires por ventura llevaron a nuestros mejores defensores a los tribunales de lo alto28.

Y estoy convencida de que fue mejor ser fiel y perseverar hasta el fin, mostrando el mérito de subyugar nuestro ego y sostener el estandarte de la verdad, que detenernos en la apatía y la comodidad, olvidando a Dios y haciendo caso omiso del débil, el cansado y el desamparado.

Es bueno reflexionar en el pasado, pero más allá y por encima de las sombras de la pena y el error, nuestro deber siempre se despliega ante nosotros.

Confortar al que está triste, socorrer al oprimido,

visitar a la viuda y al huérfano29.

Ir de casa en casa buscando al pobre, al abatido, ministrar al enfermo, preparar los cuerpos de los difuntos, recoger y distribuir —como ustedes han hecho, mis hermanas, durante tantos años— presentes y donaciones para dar alivio.

No obstante tenemos una misión más importante: enseñar a las madres a criar a sus hijos en sencillez y en verdad y virtud, para que abunden entre nosotros círculos de familias felices30.

Y todavía tenemos una misión mayor. No desmayamos en nuestro empeño por enseñar a los demás pero manifestamos una enorme carencia de religión verdadera cuando seguimos sin enmendar nuestras propias faltas. ¿Cuándo aprenderemos que la viga está en nuestro propio ojo y que la paja solamente turba la visión de nuestro prójimo?31.

Somos llamados mediante la voz suave y apacible, un susurro que proviene de nuestro Padre, a labrar nuestra propia salvación32.

En pocas palabras, los elementos constructivos del Plan de Salvación son estos: Como el hombre es, Dios una vez fue; como Dios es, el hombre puede llegar a ser33; la gloria de Dios es la inteligencia34. Nada puede ser completamente aniquilado, ni ningún acto perdido35. Es imposible salvarse en la ignorancia36. El Espíritu de Dios, que es el Espíritu Santo y el Consolador, nos rodea e impregna el universo, y es el medio a través del cual podemos recibir la inspiración de Dios hacia la inteligencia, y por medio del cual es nuestro derecho recibir consuelo; y finalmente que la fe, la esperanza y la caridad son necesarias para la gracia divina, ¡pero la mayor de ellas es la caridad!37.

Por tanto es sencillamente necesario que, mientras vivan, tanto las mujeres como los hombres no cesen de estudiar con diligencia para adquirir el conocimiento de lo que es de mayor valor. Para mí, la mejor manera de conseguirlo es desechar la maldición del tedio al aprender a realizar nuestro trabajo tan bien que disfrutemos hacerlo, y tendremos motivo para regocijarnos por los logros de nuestras manos.

Aprendamos de las obras de Dios al estudiar la naturaleza, descubrir sus flores, sus modalidades, sus leyes. Estudiemos para mejorar nuestros pensamientos, acercándonos a nuestro Padre Celestial, orando para recibir la inspiración del Espíritu Santo.

Mejoremos nuestro vocabulario en el hogar y con nuestros hijos, para que nuestras palabras no sean ociosas, quejumbrosas ni vanas, sino que, dado que nada se pierde, sean alegres, llenas de esperanza, inteligentes, y reflejen un espíritu de caridad.

Abramos los libros de la vida y la salvación, y estudiemos también a los grandes escritores, poetas y pintores, para que nuestra mente pueda vestirse de inteligencia y nuestro corazón abunde en sensibilidad.

Y ahora deseo hacer una reflexión para la labor del año que tenemos por delante. Puede que nuestras múltiples tareas nos impidan visitar a alguna hermana mayor o desvalida para animarla, pero podríamos prestarle un libro para que lea cuando desee, y por ventura sirva para fortalecer su determinación, alegrar su vida y edificar su mente. Del mismo modo, después de leer un buen libro, pásenlo a otra hermana diciendo: “Le encomiendo este libro. A mí me ha instruido y puede que le edifique a usted; y cuando lo haya leído, devuélvalo para que yo pueda prestarlo otra vez”.

Otra reflexión: Cuando se sienta fatigada, después de haber hecho bien su parte, ceda satisfecha el peso a una mujer más fuerte.

Y ahora, mis hermanas, las bendiciones más escogidas de Dios sean sobre ustedes, y la paz sea con ustedes.

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Todavía tenemos una misión mayor, En el Púlpito, accessed 18 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-2/chapter-24