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Los frutos de nuestra labor

Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes del Barrio Once de Salt Lake City

Salt Lake City, Territorio de Utah

18 de octubre de 1880


Lelia “Lillie” Tuckett Freeze (1855–1937) habló de la transición de la juventud a la edad adulta en su discurso a las jovencitas el 18 de octubre de 1880. Poco más de veinte años antes, Brigham Young llamó a su madre, Mercy Westwood Tuckett, a una misión de dos años para actuar en la compañía de teatro en la Enramada y en el Salón Cultural de Salt Lake City. A los cuatro años de edad, Freeze actuaba con su madre en representaciones teatrales en Camp Floyd, el campamento militar federal ubicado a unos setenta kilómetros (cuarenta y cinco millas) al suroeste de Salt Lake City. Cuando la compañía de teatro se disolvió, Tuckett se trasladó a Nevada y California para seguir con su carrera teatral, abandonando en esencia a su esposo y sus hijos. A los cinco o seis años de edad, Freeze se mudó con su abuela al sur de Utah; ella caminó más de cuatrocientos ochenta kilómetros (trescientas millas) desde Salt Lake City hasta St. George, y luego los caminó de regreso un año después. En 1865, Freeze volvió a vivir con su padre y sus hermanos en el Barrio Once de Salt Lake City. A ella le gustaba participar en las producciones teatrales del barrio, y escribía para las publicaciones Deseret News, Woman’s Exponent, Improvement Era y Young Woman’s Journal1.

La hermana Freeze comenzó a participar en los programas de la Iglesia para los jóvenes a los dieciséis años de edad, cuando se unió a la Asociación de Moderación para Mujeres Jóvenes del Barrio Once en 1871, y asistía a las reuniones en casa de Mary Ann Freeze, la primera presidenta. Ella prestó servicio como consejera entre 1871 y 1881, y ayudó a editar el Improvement Star, el periódico manuscrito de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes (YLMIA, por sus siglas en inglés) del Barrio Once2. En 1875, Lillie contrajo matrimonio plural con James Freeze, uniéndose a la familia de su amiga Mary Ann, la primera esposa de Freeze3. En 1880, Lillie Freeze fue nombrada primera secretaria de la Mesa Directiva General de la Primaria, un cargo que ocupó durante cinco años. En octubre de 1888 pasó a ser la primera consejera de Louie B. Felt, Presidenta General de la Primaria; al mismo tiempo prestaba servicio en la Mesa Directiva General de la YLMIA bajo el liderazgo de Elmina S. Taylor4. Estas oportunidades de liderazgo le permitieron compartir sus experiencias y animar a las jóvenes a aprovechar oportunidades nuevas y más progresistas, ateniéndose al mismo tiempo a los principios básicos del Evangelio.

Como consejera de la YLMIA del Barrio Once, la hermana Freeze habló a menudo de las responsabilidades de los jóvenes y de cómo podían cumplirlas. El 20 de septiembre de 1880, un mes antes de pronunciar este discurso, ella instó a las jóvenes a desarrollar sus talentos y a ejercer una influencia positiva en los muchachos5. Una semana después las animó a “obtener alimento espiritual a fin de estar mejor preparadas para desempeñar nuestros deberes”6. Ella dio el siguiente sermón en el noveno aniversario de la asociación, el 18 de octubre de 18807. El discurso de la hermana Freeze se publicó un mes más tarde en el periódico Woman’s Exponent.

Hace ya nueve años que iniciamos la tarea de remodelarnos8, que comenzamos a ser conscientes de la existencia de nuestro ser espiritual, y de que la vida no se nos dio para que pudiéramos comer, dormir, hacer dinero y morir, sino que empezamos a aprender la necesidad de cultivar la mente, atender las necesidades del alma inmortal y entrenar el corazón en las sendas de la obediencia a Dios y a la luz de la inspiración. Vislumbramos el destello de un propósito más noble y elevado de la vida.

Se ha hecho mucho, pero la obra acaba de comenzar. ¿Cuántas de las niñas que hace años acudían en tropel al banquete para la mente y el alma que se preparaba para ellas cada semana en nuestras pequeñas reuniones son ahora felices esposas (pese a que un gran número de ellas han entrado en el orden del matrimonio celestial)9 y son madres devotas más cualificadas para cumplir con las sagradas tareas de la maternidad y, en consecuencia, hacen un bien a la sociedad?10.

De nuestras filas han salido, y seguirán saliendo a nuevos campos de trabajo, mujeres cuyos nombres serán honrados en todo lugar al que llegue el son del Evangelio. Las semillas de su éxito y su honra se plantaron cuando hicieron su primer conato de hablar en un contexto organizado11, y se sustentaron en una sucesión de incansables esfuerzos, luchando mano a mano contra los poderes de las tinieblas y la maldad que podían ver en sí mismas. Y vencieron en cierta medida mediante el ayuno y la ferviente oración, con cantos y adorando a Dios, y las horas les parecían instantes.

Apenas nos detenemos a pensar seriamente en otra cosa que no sea la moda12. Muchas de nuestras aspiraciones no van más allá de las plumas que adornan nuestra cabeza. Nuestros ojos no ven sino los defectos de otras personas y nuestros oídos consienten el chisme y el prejuicio, mientras que nuestros labios no son sino siervos de nuestros pensamientos frívolos y ociosos. Con demasiada facilidad nos sentimos conformes con nosotras mismas y con nuestras labores. Mientras la gran obra de la vida avanza sin cesar y requiere obreros activos y sinceros en la causa de la humanidad, nosotras, en nuestra búsqueda obsesiva de placer, pasamos de largo toda oportunidad de hacer lo bueno y toda puerta abierta para nuestro progreso mientras nuestra naturaleza espiritual, ansiosa y muerta de hambre, debe hacerse a un lado y esperar el momento en que se le permita abogar por su justa causa sin ser acallada para siempre por la severa e insensible voz de nuestra propia naturaleza egoísta. Ahora, salgamos de este camino que destruye el alma y el cuerpo, y escuchemos el razonamiento que nos mantendrá en la senda de la paz, la honra y la vida eterna.

¡Oh, que nosotras, las hijas de Sion, reclamemos nuestro privilegio de ir a la cabeza en todo lo que sea puro y refinado! Dios requiere esto de nuestras manos. Cultivemos más la verdadera modestia y menos la mojigatería13. Más caridad mutua y respeto fraternal sincero, y menos complacencia en los halagos; que nuestras conversaciones cotidianas dentro y fuera del hogar sean propios de la nobleza pura del alma. Podemos vencer nuestros modales bruscos y ordinarios, usar solamente un lenguaje casto y elegante, y mostrar siempre respeto y consideración por los sentimientos y las opiniones de los demás14. Fortalecidas de este modo podremos sentirnos confiadas en presencia de personas refinadas sin tener que llevar un libro de protocolo en el bolsillo15.

Busquemos esa guía que mantenga limpia una reputación sin mancha y evite que nos relacionemos con los maleducados y los inicuos. Sintámonos orgullosas de preservar los principios de la verdad que permanecerán cuando las naciones que ahora son prósperas se desmoronen, sin amedrentarnos ante las burlas ni temer nada que no sea el castigo de nuestro Creador ofendido. No nos privemos de una herencia con nuestro Padre Celestial por causa de la insensatez y la desobediencia. Dios requiere de nosotras todo lo que podamos hacer, y al final nuestros corazones serán henchidos del gozo y la gratitud sempiternos que sobrepasan todo entendimiento.

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Los frutos de nuestra labor, En el Púlpito, accessed 20 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-2/chapter-17