En tiempos ancestrales un hombre vivió,
en medio de un placentero jardín
donde bellas flores brotaban siempre,
desprendiendo su intensa fragancia.
Helo ahí; Adán es su nombre.
Uno de los nobles de la tierra,
con gran poder para bendecir.
Recibió el sacerdocio y progresó12;
bendijo a su simiente y a la tierra dio
bendiciones para su posesión13.
Para vida eterna los selló,
y a todas sus generaciones
que obedecieran el Plan de Salvación
hasta los últimos días del hombre:
una multitud de naciones.
Isaac y Jacob, cada uno a su tiempo,
tuvieron poder para bendecir a sus hijos14.
Así, por su fe aprendió Jacob,
e instrucciones en cuanto a sus huesos dio
de que fueran a Canaán llevados15.
Por el mismo espíritu dio José
poderosa y grande bendición
a Efraín y a Manasés también16,
y así su simiente emprendió
largos viajes aun en medio de aflicción.
Por la misma fe construyeron un barco
y atravesaron el imponente océano17.
La más escogida de las tierras heredaron,
del gran Mesías predijeron el nacimiento
y toda la fuerte conmoción18.
Por mucho tiempo el santo sacerdocio
permaneció en todo su poder y gloria,
hasta que asesinados fueron los sacerdotes de Dios,
escondidos sus registros de los inicuos
en las entrañas del cerro Cumorah.
Su remanente se hundió en el pesar,
convertido en aborrecible pueblo.
Condenados a la miseria y la pena,
la penumbra bañando sus gratos campos,
por nación de gentiles gobernados.
Pero ahora, el sacerdocio se ha restaurado19
y de sus bendiciones participamos.
Nuestros padres e hijos queridos
con el remanente de José tienen parte,
hasta la última generación.
Tal como a su familia bendijo Adán
en Adán–ondi–Ahmán20,
así bendecirá nuestro anciano padre
a su simiente que more en rectitud
sobre la tierra de Sion21.
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Adán–ondi–Ahmán, En el Púlpito, accessed 24 de abril de 2024 https://www.churchhistorianspress.org/at-the-pulpit/part-1/chapter-2